Me desperté temprano, antes de
que sonara el despertar del móvil. En plena noche se había producido una
intensa tormenta que me había despertado y me había mantenido en vela siguiendo
sus evoluciones. La lluvia chocaba con intensidad sobre el tejado metálico y
producía cierto estruendo. El viento había zarandeado las ramas de los árboles
y había contribuido a la manifestación de fuerza de la naturaleza, como si
quisiera marcar el terreno al viajero que no quería como intruso.
Sin embargo, al amanecer, la
quietud era embriagadora. El sonido del bosque era de pájaros que jugueteaban
con el silencio.
Al final, no me había decidido a
levantarme temprano para contemplar el amanecer. Cuando me asomé al borde del
mirador el cielo estaba demasiado encendido, el sol fragmentaba las nubes
densas y se proyectaba como un foco por unas rendijas sobre la superficie del
Abaya. El paisaje había cambiado de matices cromáticos y bien podría ser otro
lugar. Una ligera niebla caminaba sobre las copas de los árboles. Desayuné
plácidamente a las siete de la mañana, sin prisa, degustando el café y las
tostadas y charlando con Ione, que entre risas, me echaba en cara no haber
cumplido mi promesa de contemplar el amanecer. Ellos sí lo habían hecho y no
habían quedado decepcionados, a pesar de que las condiciones no eran las
mejores. Tomé nota para la vuelta.
El inicio del día nos condujo
nuevamente a Arba Minch. Nos sorprendió que las calles estuvieran repletas de
jóvenes con sus libros y cuadernos, a pesar de que era tiempo de vacaciones.
Decía mucho en su favor: buscaban el progreso.
En la ciudad teníamos que
recoger al patrón para nuestro paseo en barca por el lago Chamo. Me gustó el
mensaje de Rift Valley Boat Service Association: peace, love and strenght together, paz, amor y fuerza juntos.
Mantenían un monopolio sobre este negocio, según leí en la web de Lonely
Planet, y obligaban a transportar al piloto y al guía hasta el embarcadero en
la zona de Shecha, a unos 11 km.
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