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Imágenes y palabras de Etiopía 117. Arba Minch al atardecer.


 

La ciudad me cautivó de forma inmediata, quizá por la tranquilidad que se respiraba al atravesarla. Tenía un efecto relajante, algo necesario cuando sentías una profunda frustración tras una jornada casi perdida.

Arba Minch era la puerta del sur, quizá el último vestigio de civilización tradicional que daba paso al mundo tribal, a esa idea apriorista que teníamos de África, muy diferente del norte, más avanzado, imperial, con una civilización muy diferente.

Las amplias avenidas recogían el pasear a ritmo pausado de una población que estaba en torno a los 70.000 habitantes. Convivían en aparente perfecta armonía las diversas comunidades, lo que quedaba reflejado en una mezquita y una iglesia ortodoxa en construcción en lo alto de la montaña. Estaba rodeada de campos de cultivo, especialmente de falso banano, que aportaba un alimento esencial en la zona. Se dividía en dos distritos: al norte, Sikela, la llanura, la zona comercial y residencial. Al sur, Secha, una zona escarpada donde se encontraba el hotel Swaynes. Estaba aislado, más cerca de la ciudad de lo que imaginábamos y lejos de la posible distorsión de los seres humanos. La naturaleza era su gran protagonista. Nos encontrábamos a una altura de entre 1300 y 1600 metros sobre el nivel del mar.



Mamush nos aconsejó disfrutar de la puesta de sol, un magnífico espectáculo desde el privilegiado mirador del hotel. Esperé a que trajeran las maletas, saqué la cámara, y me acerqué al extremo de la finca donde la montaña caía a plomo. No estaba solo, tampoco había aglomeración. Era extraño que el inicio de esta etapa del viaje se abriera con un atardecer, con un final, aunque sólo fuera para revivir al día siguiente.

La parte consolidada del hotel, y la más antigua, estaba constituida por tres hileras de edificios de una planta, como bungalows adosados con un pequeño porche donde sentarse a disfrutar de la tarde, con permiso de los insectos, bastante activos a la caída de la tarde. La parte en construcción estaba inspirada en los poblados de la zona, unas enormes cabañas de tejido vegetal con forma de conos. En las encrucijadas de las sendas habían apostado esculturas o singulares muñecos forrados de hojas y ramas y coronados por flores para simular personas. Se apreciaba un deseo de agradar al huésped. Los empleados eran cariñosos y sonrientes.

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