Después de controlar un cabreo
monumental, me dediqué a leer un poco sobre el Rift. Nuestro vuelo recorría una
parte de norte a sur. Era el gran atractivo de ese vuelo hacia los territorios
del sur del país.
Nuestro vuelo sufrió un tremendo
retraso. Como ya empezábamos a acostumbrarnos, las explicaciones brillaban por
su ausencia. El cansancio y la incertidumbre nos llevaron a ese cabreo que, en
el fondo, no solucionaba nada. El viajero tiene que acostumbrarse a todas las incidencias.
El gran valle del Rift empezó a
formarse hace unos 30 millones de años (en otras fuentes, entre los 20 y los 40
millones de años) a consecuencia de la separación de las placas tectónicas, un
fenómeno que continúa hoy en día y que en el futuro (unos 10 millones de años)
provocará la separación de una parte de África Oriental y la transformación del
valle en un océano. Poco tiempo después de nuestro regreso, en abril de 2018 (La
fractura de África, diario ABC de 9 de abril), una información en
televisión y prensa corroboraba esos datos. Las lluvias habían provocado unos
enormes socavones de hasta 15 metros de profundidad en su trazado.
Sus dimensiones son colosales,
unos 6000 kilómetros. Se considera que el valle del Jordán y el Mar Rojo forman
parte del mismo. En África, se prolonga desde Yibuti hasta Mozambique y da
lugar a un rosario de lagos, que sobrevolamos. Al abandonar Etiopía se bifurca
en dos ramales.
Esta cicatriz geológica ha
generado dos zonas, hábitats y paisajes muy diferentes. Al este, la sabana. Al
oeste, la selva. Cada una de ellas con su flora y su fauna.
Es también el ámbito donde se
han encontrado los restos de homínidos más antiguos, como la famosa Lucy del
museo que visitamos. La enorme falla pudo ser la causa de que nuestros
antepasados se vieran obligados a bajar de los árboles y a caminar erguidos.
Por ésta y otras muchas razones ha sido declarado Patrimonio de la Humanidad
por la Unesco.
Desde que despegó el avión y
abandonamos los límites de Adis Abeba me pegué a la ventanilla para confirmar
lo que había leído y lo que me habían comentado. El avión no alcanzó una gran
altura y las nubes y la distancia impedían visualizar el valle. Por otra parte,
me imaginé un inmenso socavón de varios kilómetros, exento (sólo faltaría que
lo señalizaran), una formación de escaleras geológicas causadas por los
derrumbes y las erupciones volcánicas. Una erupción continuada de un millón de
años había formado el Kilimanjaro, en Kenia, que formaba parte de las cadenas
montañosas del Rift. Y, efectivamente, los rastros de actividad volcánica se
intuían en conos extinguidos.
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