La comitiva de regreso de
Menelik estaría formada por los primogénitos de los sacerdotes y principales
del reino de Israel, que desempeñarían las mismas funciones de sus padres en
Etiopía. Entre ellos se encontraba Azarías, hijo del sumo sacerdote Sadoc, al
que le era muy amargo separarse del Arca, más que de sus padres. Por ello,
preparó una argucia para llevársela, de la que hizo partícipes a sus
compañeros, que guardaron secreto.
Mandó que prepararan un arca de
las mismas dimensiones que la auténtica y pretextó que quería ofrecer un
sacrificio antes de partir. Lo que verdaderamente hizo fue suplantar la
auténtica con la falsa y envolverla en ricos vestidos.
La caravana avanzó con inusitada
velocidad: “en realidad no corrían, sino que volaban -escribe González Núñez-.
Carros y animales se deslizaban por el aire a un codo de la tierra”. Aquello se
entendió como un signo de Dios. Azarías hizo partícipe a Menelik de los hechos
y éste oró diciendo: “señor, Dios de Israel, a Vos sea la gloria, por Vos
hacéis vuestra voluntad y no la de los hombres”. Estaba claro que Dios se había
decantado por los etíopes.
Cuando se descubrió el fraude
por el sumo sacerdote, éste informó al rey Salomón, que partió con un ejército
para recuperar el Arca y castigar a los que la habían robado. Fue inútil ya que
la velocidad extrema de la caravana etíope les había dado una ventaja
invencible. El rey lloró amargamente su desventura. Asumió la voluntad de Dios.
En Etiopía fueron recibidos como héroes y el arca fue colocada en un nuevo
templo. La reina de Saba abdicó sobre su hijo y éste fue coronado como David
II. En el futuro, ninguna mujer sería proclamada reina y “sólo los varones
descendientes del rey en línea directa podrían ser pretendientes al trono”.
Etiopía se convertía en el “pueblo elegido” por Dios al poseer su símbolo.
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