Comimos todo lo rápido que
pudimos en el que hubiera sido nuestro hotel de haber podido volar el día
anterior. Habíamos encargado unos bocadillos pero el servicio se demoró hasta
lo absurdo, lo que nos obligó a acelerar en la siguiente visita.
A unos pasos se localizaba Santa
María de Sión, la iglesia más importante de la ciudad y una de las más señeras
del país. Esa importancia derivaba del hecho de estar depositada en ella el
Arca de la Alianza. Realmente, eran dos iglesias que formaban un vistoso
conjunto. La antigua había sido destruida y reconstruida varias veces, una en
el siglo IX por la reina Gudit o Yodit. En el siglo XVI fue Gragn, el Zurdo,
quien fulminó el templo. La más grande y moderna, de trazas bizantinas, había
sido erigida por el último emperador, Haile Selassie. Era amplia, con buenos
frescos con escenas de Cristo. Un grupo de sacerdotes iniciaba sus cánticos.
Otro, nos enseñó un ejemplar iluminado del libro sagrado. Fuera, un maestro
enseñaba a un grupo de estudiantes divididos por sexos. Una joven, divertida,
me utilizó como modelo y realizó varias fotos con su móvil. Para ella era un
producto exótico.
Cómo llegó el Arca de la Alianza
a Axum es una larga historia que, como todo en el pasado de Etiopía, navega
entre la realidad y la leyenda. Y, para ello, es necesario trasladarse al Kebre Neguest o Gloria de los Reyes. Nuestro
compatriota Pedro Páez tuvo acceso al mismo en el siglo XVII y dejó constancia
de parte de su contenido en su Historia
de Etiopía. Juan González Núñez transcribe lo esencial en el capítulo
segundo de su libro Etiopía: hombres,
lugares y mitos.
Cuando el hijo de la reina de
Saba y el rey Salomón, Menelik (cuyo nombre significa hijo de un hombre sabio) cumplió 22 años, la reina accedió a los
deseos de su hijo, que preguntaba insistentemente sobre quién era su padre. La
reina llamó a su fiel Tamrin, el mercader etíope que estuvo en Jerusalén antes
de su viaje, y le pidió que acompañara a su hijo hasta Israel. Salomón le había
entregado en su despedida un anillo que identificaría a su hijo. Sin embargo,
no fue necesario ya que el parecido entre padre e hijo era extraordinario. El
objeto del viaje era que ungiera a Menelik como rey de Etiopía antes de volver
a su país. Salomón le ofreció el trono de Israel, que rechazó: su destino
estaba donde había nacido y se había criado.
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