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Imágenes y palabras de Etiopía 112. Santa María de Sión y el Arca de la Alianza.


 

Comimos todo lo rápido que pudimos en el que hubiera sido nuestro hotel de haber podido volar el día anterior. Habíamos encargado unos bocadillos pero el servicio se demoró hasta lo absurdo, lo que nos obligó a acelerar en la siguiente visita.

A unos pasos se localizaba Santa María de Sión, la iglesia más importante de la ciudad y una de las más señeras del país. Esa importancia derivaba del hecho de estar depositada en ella el Arca de la Alianza. Realmente, eran dos iglesias que formaban un vistoso conjunto. La antigua había sido destruida y reconstruida varias veces, una en el siglo IX por la reina Gudit o Yodit. En el siglo XVI fue Gragn, el Zurdo, quien fulminó el templo. La más grande y moderna, de trazas bizantinas, había sido erigida por el último emperador, Haile Selassie. Era amplia, con buenos frescos con escenas de Cristo. Un grupo de sacerdotes iniciaba sus cánticos. Otro, nos enseñó un ejemplar iluminado del libro sagrado. Fuera, un maestro enseñaba a un grupo de estudiantes divididos por sexos. Una joven, divertida, me utilizó como modelo y realizó varias fotos con su móvil. Para ella era un producto exótico.



Cómo llegó el Arca de la Alianza a Axum es una larga historia que, como todo en el pasado de Etiopía, navega entre la realidad y la leyenda. Y, para ello, es necesario trasladarse al Kebre Neguest o Gloria de los Reyes. Nuestro compatriota Pedro Páez tuvo acceso al mismo en el siglo XVII y dejó constancia de parte de su contenido en su Historia de Etiopía. Juan González Núñez transcribe lo esencial en el capítulo segundo de su libro Etiopía: hombres, lugares y mitos.



Cuando el hijo de la reina de Saba y el rey Salomón, Menelik (cuyo nombre significa hijo de un hombre sabio) cumplió 22 años, la reina accedió a los deseos de su hijo, que preguntaba insistentemente sobre quién era su padre. La reina llamó a su fiel Tamrin, el mercader etíope que estuvo en Jerusalén antes de su viaje, y le pidió que acompañara a su hijo hasta Israel. Salomón le había entregado en su despedida un anillo que identificaría a su hijo. Sin embargo, no fue necesario ya que el parecido entre padre e hijo era extraordinario. El objeto del viaje era que ungiera a Menelik como rey de Etiopía antes de volver a su país. Salomón le ofreció el trono de Israel, que rechazó: su destino estaba donde había nacido y se había criado.

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