No trasciende encuentro carnal
alguno que pudiera engendrar un hijo, si bien la Biblia deja constancia de que
el rey Salomón amó a muchas mujeres extranjeras, además de a la hija del
faraón. Tuvo nada menos que setecientas mujeres con rango de princesas y
trescientas concubinas. No se puede decir que estuviera falto de mujeres que le
hicieran perder el sentido por una en concreto. Sin embargo, la noche antes del
regreso de la reina, Salomón se sirvió de una estratagema para yacer con ella.
Mandó preparar un gran banquete en que incluyó manjares que dieran mucha sed.
Como era tarde, el rey invitó a la reina a pasar la noche en su palacio. Ella
consintió, pero obligó al rey a que jurara que no usaría violencia alguna
contra ella. Y ocurrió lo que escribió González Núñez:
Él
respondió a esto que gustoso juraría, si ella juraba, a su vez, que no tomaría
por fuerza nada de su casa… Ambos juraron, y entonces el rey mandó preparar un
lecho no lejos del suyo, haciendo poner una jarra de agua junto a la cabecera.
Después de un primer sueño, la reina se despertó con la garganta reseca por la
sed. Salomón, fingiendo dormir, esperaba ansioso el momento. Ella, creyéndolo
realmente dormido, se levantó muy queda y alargó su mano hacia la jarra.
-¿Por
qué quebrantas el juramento? –dijo de improviso el rey.
-¿Acaso
beber agua es quebrantar el juramento? –contestó ella temblorosa.
-Ciertamente
sí. No hay bajo el sol nada más valioso que el agua.
Y
atrayéndola hacia sí, cumplió en ella sus deseos.
Tiempo después, ya en Etiopía,
dio a luz a un hijo varón a quien puso por nombre Menelik.
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