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Imágenes y palabras de Etiopía 108. Símbolos de poder.


 

Axum parecía más rica que Lalibela. Había aceras, un paseo o bulevar con palmeras y flamboyanos, las casas eran de ladrillo y reinaba cierto orden. Todos pensamos que habíamos tenido mala suerte y que hubiera sido bonito pasear por la ciudad tranquilamente.

Estábamos en la región de Tigray, a más de 2000 metros sobre el nivel del mar, al pie de los montes Likanos y Zobrado y al borde de la meseta de Azebo. Esta etnia acaparaba el poder nacional. Su lengua era el tigriña.



Con celeridad, salimos del aeropuerto para la primera visita, su gran orgullo: los obeliscos. El más grande era de una sola pieza que medía 33 metros y pesaba 500 toneladas. Yacía en el suelo partido en varias secciones. El mayor de los que permanecían erguidos, de 24 metros, 160 toneladas y 1.700 años de antigüedad, fue trasladado a Roma a instancias de Mussolini como botín de guerra por las tropas italianas que invadieron Etiopía en 1936. Aunque al final de la guerra se pactó su devolución, hubieron de pasar seis décadas hasta que se hizo efectiva. Para ello, hubo que partirlo en tres partes y transportarlo en un avión especial. El símbolo de Etiopía debía regresar Fue muy criticada esta operación por su alto coste. Se podría haber dedicado a programas de desarrollo.

El obelisco estaba dividido en trece pisos, como los trece hijos que tuvo el rey que mandó erigirlo y que estaban enterrados debajo. Su decoración era singular. Eran como torres en que hubieran sellado la puerta y cegado las ventanas para que nadie penetrara a su interior. Era el testimonio del pasado glorioso de la ciudad, como afirmaba la guía.



El tercer gran obelisco se mantenía en pie gracias a unos vigorosos tirantes de acero. Medía 23 metros y fue decorado a instancias del rey Ezana, el que se convirtiera al cristianismo. Tres de sus caras estaban decoradas con la puerta de entrada y las ventanas en sus nueve pisos.

El perfil de los obeliscos se había repetido por todo el país en arcos y ventanas, como si quisieran legitimar su forma. En el lugar había otras estelas y obeliscos. Parecían formar un campo de menhires.

Muy cerca observamos la extraña tumba del primer rey del imperio, el rey Armah.

Desde allí nos trasladaron a un pequeño museo arqueológico que recogía piezas del antiguo imperio, especialmente del palacio de la reina de Saba. Contemplamos dos maquetas que reproducían los antiguos palacios, lo que permitía ser conscientes de su riqueza. Por los restos de cerámica se comprobó que mantuvieron relaciones con el Imperio Romano y los persas. Las monedas de oro con efigies de reyes concitaron la admiración de todos.


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