Algo similar encontramos en el
profeta Daniel, 11, 43: “Se adueñará de tesoros de oro y plata y de todas las
preciosidades de Egipto; libios y etíopes les seguirán”. La caída del gran
enemigo de Israel, de quien les sometiera a esclavitud, sería también la de
Etiopía, vecino y quizá colaborador o súbdito de los faraones.
El profeta Isaías (que también
se refiere a ellos en 43, 3 y 45, 14) les auguraba un mal fin, como a todos los
poderosos, y como deja constancia en el capítulo 20 titulado “Oráculo sobre
Egipto y Etiopía:
Y dijo
Yavé: Como anduvo Isaías, mi siervo desnudo y descalzo tres años, señal y
pronóstico sobre Egipto y Etiopía/ así llevará el rey de Asiria a los cautivos
de Egipto y a los desterrados de Etiopía, mozos y viejos, desnudos y descalzos,
al aire las nalgas, la desnudez de Egipto./ y los que contaban con Etiopía y se
enorgullecían de Egipto, quedarán consternados y confusos.
Estaba claro que los judíos no
guardaban una especial simpatía por los etíopes, aunque el centro de sus iras
vaticinadoras se centraba en el enemigo más cercano al sudoeste, Egipto.
Quizá los etíopes, por su color
de piel negra, eran asociados con los nubios de Sudán, que llegaron a dominar
Egipto durante el tiempo de la dinastía XXV, entre 747 y 664 a. C., los
faraones negros, faraones etíopes o kushitas. Parece que los kushitas o cusitas
a los que hace referencia 2 Crónicas, 9-15 –“Asa, rey de Judá. Victoria
contra Zerac y los etíopes”- no son los de Etiopía sino los cusitas de Arabia.
La herencia de aquel antiguo
pueblo era lo que se ofrecía a nuestros ojos.
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