El aeropuerto Yohannes IV era
pequeño, bastante apañado. Hasta había algunas tiendas. La recogida de maletas
fue rápida y poco después de aterrizar atravesábamos un pasillo con varios
touroperadores locales. Subimos a un minibús.
No tuvimos suerte con la ciudad
de Axum (o Aksum), aunque el temor inicial a perder la visita quedó erradicado.
Quedó comprimida y pudimos disfrutar de todos los lugares programados. Lo que
fue imposible fue caminar por sus calles con tranquilidad.
La ciudad había perdido su
pasado esplendor, como ya advertía Reverte en su referencia a los tiempos de
Susinios en el siglo XVII. Seguía manteniendo esa posición moral de la capital
histórica, del principio del prestigio, del origen del imperio. Sus monumentos
convertían la ciudad en una visita imprescindible para conocer el espíritu
antiguo del país. Era una ciudad de legitimación dinástica. Así lo defendía
también Juan González Núñez:
Axum,
ciudad envejecida hoy y asfixiada por la guerra, fue en su tiempo cuna de un
imperio que duró cerca de tres milenios. Ezana, su rey más poderoso, se
convirtió en el siglo IV y, como su contemporáneo Constantino, hizo del
cristianismo la religión oficial. Caleb y los “nueve santos” completaron la
obra evangelizadora y contribuyeron a crear una “isla cristiana” en el corazón
de África.
Axum fue el centro de un gran
imperio que abarcó el norte de Etiopía, Eritrea, parte de Sudán y, al otro lado
del mar Rojo, una parte de la península arábiga que incluiría el actual Yemen.
Fue el primer estado de África que acuñó moneda. Mamush comentó que una parte
importante de su historia se mezclaba con las leyendas, por lo que no podía ser
confirmada. Eso la hacía más atractiva. Inició su decadencia con la llegada a
la zona de un nuevo poder: el Islam.
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