Todo pareció desarrollarse de la
forma habitual. Me levanté a las 7.15, hice mi maleta, desayuné media hora más
tarde y fuimos puntuales a la hora de salir, a las 8.30. Nada hacía prever que
pudiera ocurrir alguna incidencia salvo por un dato: no había dejado de llover
durante toda la noche.
Recorrimos penosamente los
caminos y carreteras embarrados por la lluvia, que impedía apreciar los
paisajes que tanto nos habían cautivado a nuestra llegada. La carretera estaba
casi impracticable y algunos vehículos quedaban atascados impidiendo el avance
de nuestro autobús.
Facturamos y nos informaron del
considerable retraso que llevaba el vuelo a Axum. Nos entretuvimos como pudimos
en la sala de espera. Escuchamos esperanzados el sonido de los motores que se
acercaban al aeropuerto en varias ocasiones. Pero, al final, el avión que venía
de Gondar no pudo aterrizar y tuvo que continuar hacia Axum sin nosotros. Para
nuestro guía, el tiempo no estaba tan mal como para no poder aterrizar. La
pista estaba completamente inundada. Los rostros de mis compañeros de grupo se
llenaron de frustración.
Esto era África. Hasta ahora
todo había transcurrido de forma razonablemente buena. Los hoteles no habían
sido una maravilla, pero nos habían permitido descansar. El mantenimiento era
bastante malo, el agua caliente era una quimera, las paredes exhibían
desconchones y los baños a veces se inundaban. Si el vuelo hubiera partido con
nosotros, todos estos aspectos hubieran pasado a un segundo plano. Cuando
solicitamos que nos acreditaran la suspensión del vuelo para poder reclamarlo a
nuestros touroperadores o al seguro, aunque la aerolínea alegrara fuerza mayor,
nos trataron con bastante falta de tacto y pasaron olímpicamente de nosotros.
No estaban dispuestos a acreditar nada. Aquello soliviantó a todo el grupo y
quien más sufrió nuestra indignación fue nuestro guía, que, además, había
amanecido con mal aspecto debido a una diarrea.
Nos montaron en el autobús de
línea regular que unía el aeropuerto con la ciudad, remontamos hasta Lalibela y
nos depositaron en el mismo hotel del que habíamos echado pestes. Nuevamente se
produjo la escena de las reclamaciones. La calefacción brillaba por su ausencia
y volveríamos a pasar bastante frío durante la noche.
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