Atravesamos nuevamente el camino
de purificación, esta vez sin cantar, aunque respetando la oscuridad y llamando
la atención a quienes no la respetaban, que se quedaban algo confusos ante
nuestra reivindicación. Apreciamos más los tajos del terreno cubiertos de
hiedra, las ventanas que eran como ojos sobre el vacío, improvisados puentes
que no llevaban a ninguna parte. Y alcanzamos los perfectos cubos exentos de
San Manuel y Abba Libanos. La piedra ofrecía un color más suave atenuado
por la tarde.
Regresamos al lugar donde
habíamos vivido la ceremonia colorista y sonora. Contemplamos los tambores
sobre las alfombras, abandonados, y recordamos los sonidos del Besacul,
los cánticos para las ocasiones especiales que se habían repetido desde que los
compusiera el santo Yared.
Ione quería visitar nuevamente
el otro grupo de iglesias. Nos cerraron el paso, con lo que nos acercamos hasta
San Jorge. También el color de su piedra había cambiado desde el amanecer
anterior.
Bajamos hasta nuestra zona para
hacer unas compras en los lugares que nos aconsejó Mamush. Cerca de nuestro
hotel había una pequeña zona de comercios bien provistos de todo lo necesario
para satisfacer las necesidades de los turistas. Pinturas en piel de vaca,
pequeños iconos, joyas, cajitas, figuras de madera de tribus o de animales y un
sinfín de telas y camisetas. Yo compré una pareja de esculturas de gentes de
tribus del sur, una gacela comiendo y otra erguida en una madera oscura que
probablemente era ébano. Sus precios eran bastante baratos: 150 birr por la pareja de la tribu del sur y
200 birrs por los animales.
En la cena comentamos nuestras
compras y empezamos a realizar planes para el día siguiente. Por supuesto, no
éramos conscientes de que nuestro destino se podía torcer.
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