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Imágenes y palabras de Etiopía 93. Carreteras infernales, paisajes sublimes.


 

El destino de aquella mañana se encontraba a una distancia que no pude precisar. En algunos lugares marcaba 20 kilómetros y en otros progresaba hasta los 40. Cuando le pregunté a nuestro guía confirmó que invertiríamos entre una hora y media y dos horas en el trayecto. De ello pude deducir que el camino sería infernal. Tenía razón en cuanto a la calidad del firme, una pista de tierra embarrada a tramos y con frecuentes charcos de considerable tamaño. Hasta allí aún no habían llegado los chinos, o quizá no llegaran nunca si nada les atraía del lugar. En Etiopía suele darse una regla: la calidad de la carretera es inversamente proporcional a la belleza de los paisajes. Por tanto, el viajero que se embarca en una carretera que le recordará algunos pasajes de La divina comedia de Dante será recompensado con un entorno sobrecogedoramente sublime. Eso sí, que prepare los riñones para los baches y que se arme de paciencia.



Ascendimos la cuesta que partía de la plaza cercana a nuestro hotel, pasamos ante las iglesias y subimos hacia el centro de Lalibela, plenamente prescindible. Quizá su mercado o la curiosidad por ver dónde vivían en esta pequeña población merecía un breve espacio de tiempo.

Nada más salir de la ciudad se abrió un valle profundo defendido por las altas montañas que se iban escalonando y que se desdoblaban en barrancos hasta cierta suavidad del rizado del terreno en la parte baja. Todo era verde, salvo en las alturas, donde las nubes impedían ver los picos y las crestas más altas, y el gris se apoderaba del horizonte. El viajero no sabía muy bien hacia dónde mirar para no perderse nada. Acompañé mi avance con un incesante disparo de mi cámara.

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