No me había complicado mucho en
mi recorrido con lo cual encontré fácilmente el regreso por una cuesta que obligaba
a concentrarme. Consideré que no había más atractivos y que se imponía el
regreso. En una de las calles me encontré con Mulu, la mujer que había cuidado
de nuestro calzado durante la visita a las iglesias. Llevaba el mismo vestido
azul intenso de la mañana y un fajín blanco que se prolongaba en cuadrados rosa
y verde. Se cubría la cabeza con una tela blanca y asomaba solamente el óvalo
de su cara, que sonrió ligeramente al verme, y me saludó con un cariño
silencioso, con una inclinación de la cabeza. Quizá fuera una mujer afortunada
por ganar un dinero de los extranjeros por sus servicios. Quizá ganara mucho
más que otros miembros de su familia. No sabría decir si estaba casada.
Ese rostro algo hermético,
sereno y servicial lucía rasgos de agradecimiento. Teresa y Ángel bromearon
conmigo sobre la posibilidad de tomarla como esposa y llevarla a España y
probablemente tuvieran razón en que sería una esposa fiel y dedicada a su marido,
aunque separada de su familia y de su mundo. Probablemente otras mujeres de su
entorno habían tenido que emigrar sin demasiadas esperanzas y a lugares donde
progresar les estuviera casi vedado.
Caminé hasta el hotel. Habían
desaparecido los niños y había tomado su lugar la noche.
Me refugié en mi habitación
acompañado de una cerveza fría y del canto de los pájaros. Plácidamente sentado
estuve escribiendo hasta la hora de la cena.
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