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Imágenes y palabras de Etiopía 88. El monasterio de Nakuta Laab I.


 

Toda la región cercana a Lalibela era abundante en iglesias y monasterios, unos tallados en la roca y otros edificados a la manera tradicional. Muchos de esos lugares no estaban clasificados por lo que difícilmente eran conocidos por los visitantes, que se conformaban con los más accesibles y los más reputados. Todo ello confirmaba la santidad de la zona y la propensión a ser refugio de ermitaños y religiosos.



Nakuta Laab (o Naakute Laab) se encontraba tan sólo a 6 kilómetros de Lalibela, lo que podría hacer suponer un trayecto de pocos minutos. La carretera hacia el sudeste era tan infernal como espectacular en sus paisajes, con lo que, en el fondo, y con permiso de nuestros riñones, esa prolongación en el tiempo era un regalo para nosotros.

El primer tramo estaba en obras y el segundo era un camino de tierra y barro más propio de cabras que de personas. El pueblo cercano se asomaba a un valle y a un precipicio donde pastaban las ovejas. En el arco que formaba esa caída del terreno estaba el monasterio. Me llamó la atención que había varias casas en construcción, simplemente con la estructura, principalmente cuadradas. Se alternaban con otras redondas, como pallozas, dispersas por toda la zona. Antes de alcanzar el monasterio nos cruzamos con un activo grupo de monos.



El lugar era agreste y al mismo tiempo amplio, soleado. En lo alto de las montañas se habían enganchado las nubes. El paisaje era salvaje, dominaba la naturaleza. Sin duda, un buen lugar para retirarse del mundo. Aquí se cumplía la regla de que el lugar sagrado debía estar en un entorno de difícil acceso. La montaña acercaba al cielo y a Dios.



El monasterio estaba construido en el abrigo de una cueva, como San Juan de la Peña en Huesca. La cueva acercaba al vientre de la madre naturaleza, otro elemento que se repetía en otras culturas y religiones. Su impulsor fue el sobrino y sucesor del rey Lalibela que dio nombre al monasterio. Como éste, subió a los altares de la mano de la Iglesia Etíope. Aquí se retiró para vivir como un ermitaño.

Con la sacralidad y la belleza agarradas al alma caminamos el último tramo con un amplio barranco a la derecha.

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