En la web de la Organización
Mundial de la Propiedad Intelectual (en España las marcas se engloban en la
propiedad industrial) conocí la controversia que se había suscitado en cuanto a
la titularidad de estos derechos entre el gobierno de Etiopía y Starbucks.
Según esta organización, el café generaba el 60% de los ingresos por
exportación del país africano y daba empleo, de forma directa o indirecta, a
unos 15 millones de personas. Aunque la calidad de este café se traducía en
elevados precios en el mercado internacional, solamente entre el 5 y el 10 por
ciento de esa suma se quedaba en el país. Los grandes beneficiados eran
distribuidores e intermediarios.
El gobierno de Etiopía trató de
obtener mayores ganancias a través de la iniciativa conocida como Desarrollo de
la Marca y Concesión de Licencias del Café Etíope. No era viable un sistema de
indicaciones geográficas, lo que denominaríamos popularmente en nuestro país
como denominaciones de origen. Se optó por la inscripción de marcas cuyos
derechos de explotación y utilización controlaría el Estado. Sin embargo,
sufrió un importante revés en Estados Unidos donde la Oficina de Patentes y
Marcas denegó el registro de la denominación Harrar/Harar, y posteriormente la
de Sidamo, por entender que correspondía a una descripción demasiado genérica.
La oposición fue instada por la National Coffee Association, tras la que estaba
Starbucks. Esta misma entidad se ofreció a colaborar con el Estado Etíope y
tras una importante negociación suscribió acuerdos de licencias de marcas (en
el acuerdo se utilizaba el término designación y no el de marca) para cerrar la
controversia. Estos acuerdos se repitieron en otros países y provocaron un
aumento del precio del café en origen y una más justa distribución de los
beneficios.
Aquel ritual animó a los
presentes, que iniciaron una conversación de lo más interesante sobre las
influencias de las iglesias Armenia y Siria en el traslado de costumbres a los
musulmanes, algunas de las cuales se repetían entre los etíopes. Seguí aquella
conversación con bastante interés hasta que se enzarzaron en algunos aspectos
que me parecieron excesivos para aquel momento de la tarde, con lo cual decidí
salir a la terraza de la casa que daba a un paisaje espectacular. Ante mis ojos
se ofrecía aquella concatenación de valles y montañas, de verdor que había
captado mi atención desde el momento de nuestra llegada.
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