Salimos nuevamente a la luz y lo
hicimos en el patio de Biet Emmauel, la casa de San Manuel que,
desgraciadamente, estaba cubierta por una de las horrorosas estructuras de los
italianos.
La iglesia me gustó
inmediatamente, quizá por la armonización de su fachada en horizontal y
vertical, por sus ventanas y pilares. La puerta y las ventanas del primer y
tercer orden tenían el rasgo axumita de las vigas sobresalientes.
No había demasiada gente en el
exterior: un par de críos que acompañaban a sus padres, un par de hombres
indescriptibles, un pequeño grupo de mujeres. En el interior, sin embargo, un
grupo de niñas se revolucionaron con nuestra presencia. Alguna ofreció su velo
a las mujeres de nuestro grupo y se dejaron fotografiar. Sus rostros eran todo
ojos, risueñas, inocentes.
Su estructura era similar a la
de Biet Mariam. Caminé entre sus arcos y pilares, oteé la galería
superior destinada a las mujeres. En una de sus cavidades se dice que se
conservaban las abejas sagradas que profetizaron a Lalibela su reinado. Sus
muros estaban desnudos. En el exterior, una piscina ritual y varias cavidades
que daban a tumbas y túneles. Nos abstuvimos de esa exploración, con muchas
posibilidades para los intrépidos.
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