Al salir al exterior observamos
una plataforma, una terraza abierta y tres entradas que parecían tapiadas. Biet
Mercurios era en parte un hipogeo, una iglesia excavada en el interior de la
colina.
El interior estaba dividido por
varios pilares que me parecieron más anchos que los anteriores y quizá menos
pulidos. La humedad campaba sobre los muros. Lo más curioso es que estaba a dos
niveles. Las elucubraciones sobre su uso anterior como parte de la residencia
real, salón de banquetes o un edificio de uso público, estaban abonadas por esa
peculiaridad, una planta de triángulo irregular y una orientación incompatible
con una iglesia. Leí que quizá fuera “la prisión de Satán”.
Me llamaron la atención unos
frescos o pinturas murales que representaban a reyes con sus coronas y con lo
que me pareció eran incensarios. Estaban deteriorados, pero se dejaban admirar.
Cuddus Mercurios o San Mercurio,
fue un mártir que sufrió la persecución del emperador romano Decius o por
Valeriano. Se le adjudicaban diversas leyendas y milagros.
Me quedé observando una pintura
que representaba a un ermitaño de larga barba y melena que alzaba las manos a
media altura. Su vestimenta estaba cubierta de escamas o pequeñas alas, como un
arcángel. A sus pies, tres dóciles leones, a un lado, y otros tres leopardos
igualmente serenos. Los caracteres escritos en ge’ez me eran totalmente ajenos, por lo que no pude deducir nada
más. Quizás se trataba de Uriel, el cuarto arcángel (los otros tres eran
Gabriel, Rafael y Miguel), que sólo es reconocido por la iglesia etíope, y que
aparece en el Libro de Enoc, que, nuevamente, solo es reconocido por la
iglesia etíope. No se encuentra entre los libros sagrados católicos. Al lado,
un santo a caballo lanceaba a un guerrero postrado en el suelo que blandía una
enorme espada.
En esta iglesia se produjo una
escena singular. Un monje o sacerdote con su hábito blanco se situó junto al
pilar decorado con los reyes. Yo le hice un par de fotos con flash y eso debió
despertar las ansias de mis compañeros de viaje. Unos segundos después estaban
acribillándole a fotos como si fuera un actor de Hollywood sobre la alfombra
roja antes de entrar a promocionar una película. Yo estaba en el otro lado, lo
que me permitió captar al monje con los ávidos fotógrafos, algunos sentados y
otros disputándose un hueco para hacer la foto. Me pareció como un safari.
0 comments:
Publicar un comentario