Dirigidos por Mamush penetramos
en el laberinto, lo que me dio una mayor sensación de aventura de arqueólogos a
lo Indiana Jones. El intrincado camino nos condujo hasta una tribuna desde la
que se evidenciaba la fachada de Biet Gabriel Rafael con su vigoroso
pedestal que servía como podio a siete nichos con arcos y ventanas simulando
los obeliscos de Axum. Podían representar a los siete arcángeles del
Apocalipsis que atendían el trono de Dios. Era una imagen poderosa. Las plataformas
simbolizarían el precipicio desde el que eran arrojados los condenados. El
patio inferior quizá estuvo lleno de agua en tiempos pasados y representaría el
mar. Dos huecos y unas escaleras comunicaban con una estancia sin aparente uso.
Por el lado derecho, subía una rampa hacia el patio superior. La denominaban
“el camino hacia el cielo”. El cielo sería ese patio.
Este era uno de los ejemplos de
una construcción que no casaba con una iglesia. No estaba dividida en naves, no
seguía sus proporciones ni los rasgos típicos de tales construcciones
religiosas. Quizá fue la residencia de algún personaje de la corte o un tribunal,
por los diferentes niveles de su interior. Estaba dividido en dos capillas,
siendo la occidental Biet Rafael, de forma triangular y dividida por dos
pilares, y la oriental Biet Gabriel, rectangular y también dividida por
dos pilares. Representarían la muerte y el infierno. Abundaban las tumbas en el
entorno. Los sacerdotes con los que hablaron los arqueólogos italianos del
siglo pasado afirmaban que el santuario realmente estuvo en una zona más
interior donde se guardó el tesoro para evitar que cayera en las manos del
invasor Gragn, El Zurdo, a principios del siglo XVI. Posteriormente, se cerró y
cayó en el olvido. Nadie ha podido confirmarlo.
Mamush comentó que al principio
la iglesia sólo estuvo dedicada a San Gabriel y que fue cuando descubrieron una
segunda parte cuando se la adjudicaron al otro arcángel.
En el interior, admiramos
algunas pinturas singulares de la Virgen con el niño, los arcángeles y otras
escenas religiosas. Los sacerdotes leían las escrituras ajenos a nuestra
incursión.
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