Nuestro guía nos propuso
regresar dando un paseo. Aún lucía el sol y quedaban ganas de saborear algo
más. Por senderos de tierra, atravesamos barrios con cabañas circulares
similares a los bungalows de nuestro hotel y nos cruzamos con lugareños que
sonrieron con curiosidad a nuestro paso.
En torno a una mesa se
congregaban cinco jóvenes con su maestro. Éste lucía un alto turbante de un
blanco inmaculado y una túnica también blanca. Su rostro era severo, quizá para
imponer autoridad sobre aquellos aprendices sentados en piedras desiguales.
Llevaban el pelo muy corto y tendrían entre diez y doce años. Cada uno portaba
un libro y recitaba las palabras sagradas armonizadas con las voces de los
otros. Era una salmodia monótona que llenaba el aire de la tarde con ese rumor
permanente. La repetición haría que aprendieran de memoria los versículos del
Libro Sagrado. Quizá su destino fuera el de sacerdotes de aquella singular
ciudad.
Junto a la choza más cercana
habían desplegado reproducciones de varias pinturas que nos eran familiares: la
Virgen con el niño, San Jorge y el dragón, santos y querubines. Permitían
recordar la iconografía que adornaba las iglesias con aquellos tonos de fondos
amarillos y siluetas verdes y azules. El soporte era piel de oveja o de
cordero. Quizá las ventas se aplicaban a los costes de aquel aprendizaje. Me
pregunté dónde podría poner aquellas pinturas en mi casa.
No demostramos demasiado interés
en recluirnos en las habitaciones hasta la hora de cenar. Como ya habíamos
ganado confianza entre nosotros nos reunimos en un porche a la entrada del
hotel para tomar una cerveza y charlar un poco: del viaje, de nuestras vidas,
de cualquier cosa. Compartir el diálogo era una buena forma de rellenar esos
espacios que siempre brotan en los viajes. Aumentaban la amistad y relajaban
las piernas. Poco a poco la gente se fue animando después de dejar las mochilas
y mandar los mensajes a la familia y a los amigos. Prácticamente todos
estábamos allí
La cena no tuvo mayores
historias y no tardamos demasiado en irnos a dormir.
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