Del primer ámbito pasamos al
segundo. Las figuras talladas guardaban las tumbas de Cristo y Lalibela. Los
nombres inscritos no servían para su identificación ya que habían sido tallados
tiempo después. Una trampilla conducía a la tumba del emperador, aunque nunca
se había confirmado. Unas hermosas cortinas rojas con cruces doradas separaban
los ámbitos. Un sacerdote nos ofreció arena de la Jerusalén negra. Nos quedamos
indecisos hasta que uno de mis compañeros sacó un pañuelo de papel y lo
extendió ante él. Con una pequeña pala depositó un montoncito. Los demás le
imitamos y guardamos aquel tesoro donde pudimos con la esperanza de que no se
derramara.
La cripta no era accesible. Era
el lugar más sagrado del recinto. Lo presidían tres altares monolíticos. El
central conservaba bajorrelieves que representaban a los evangelistas con
cabezas de sus animales simbólicos. En las paredes, dos figuras intrigantes.
Por supuesto, esto lo escribo gracias a lo que he leído. Cuentan que en 1939
los italianos entraron en el lugar y que lo hicieron a punta de pistola como
único medio para penetrar la cripta sagrada en que un único pilar simbolizaría
la unidad de la fe y se comunicaría con el pilar central de Biet Mariam.
Leí que las tres capillas se
construyeron después del reinado de Lalibela y que no guardaban rasgos vinculados
con Axum.
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