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Imágenes y palabras de Etiopía 72. La casa de la Virgen María.


 

La casa de la Virgen María, Biet Mariam (o Bete Maryam), fue el primer templo construido en Lalibela y el segundo más grande. Formaba un grupo con Biet Maskal (la casa de la Santa Cruz), al norte, y Biet Denghel (la casa de las Santas Vírgenes Mártires), al sur, compartiendo un mismo patio con Biet Mariam en el centro. Como el Redentor, estaba adornada con la horrorosa cubierta instalada por los italianos. Resaltaban sus tres pórticos que convertían el rectángulo de su planta basilical en cruz latina. Era una pena que una parte de sus relieves estuvieran muy dañados y gastados. Me llamó la atención uno que representaba a San Jorge cabalgando y combatiendo acompañado de otra figura inidentificable.



Caminamos por el patio que habíamos contemplado desde la parte superior y que había quedado despejado de aquella masa de feligreses que devotamente habían ocupado aquel espacio con sus rezos, plegarias, cánticos y voces. Aún quedaban algunas personas, como manchas blancas, que charlaban sentadas en algún escalón, continuaban el ejercicio de su fe en solitario, de cara a los muros o al interior, o simplemente contemplaban a los visitantes y pasaban la tarde. Nos miraban sin recelo. Era una mirada de sincera tolerancia, algo que habría que destacar en este mundo de enfrentamiento en cuanto el otro es diferente.



Los muros del patio, que era el fruto del vaciado para tallar la iglesia, estaban repletos de cuevas, huecos y pasadizos con tumbas anónimas, quizá de hombres ilustres de la antigüedad que tuvieron el honor de ser enterrados en sagrado. Me pregunté qué méritos había que presentar para ese último homenaje, qué servicios a la iglesia, al estado o al pueblo serían suficientes para dormir el sueño eterno en la roca de aquel laberinto. Lo que es evidente es que eso era muy especial y no estaba al alcance de cualquiera. Por si acaso, me abstuve de entrar en esos recovecos con el peligro de encontrarme algún cuerpo o restos no deseados.



Había dos piscinas de purificación más grandes y otra más pequeña, cerca de los muros. El agua presentaba un color verde poco saludable. No estaban destinadas al sacramento del bautismo, que se producía en el interior del templo. Una de ellas gozaba de fama de milagrera para las mujeres estériles. Cuando lo comentó Mamush nos miramos entre nosotros preguntándonos si habría alguna mujer dispuesta a la inmersión en aquellas aguas. Desde luego había que tener fe para someterse a esa prueba. Las mujeres de nuestro grupo dejaron clara su opinión y su opción.

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