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Imágenes y palabras de Etiopía 70. Ceremonias.

 


Cualquier lugar era bueno para aquellas gentes que se sentaban, abrazaban sus rodillas y dejaban pasar el tiempo. Algunos se envolvían en los ropajes blancos como crisálidas. Al terminar el ritual romperían su ensimismamiento y regresarían a su mundo terrenal. Mientras, acribillábamos a los peregrinos con nuestras cámaras. Los niños nos miraban con curiosidad para romper el tedio. En las galerías de acceso se amontonaban los zapatos. Me pregunté cómo encontraría cada cual su calzado.



Nos situamos en el ángulo nordeste del complejo, sobre Biet Mariam. Muy cerca, en la parte inferior, un grupo de clérigos leía un libro sagrado y dirigía la ceremonia. Recordé un texto que resumía perfectamente esa imagen:

Las iglesias de Lalibela impresionan, sobre todo, porque logran trasmitir la carga de fe y de visión cristiana del mundo de quienes se aventuraron a construir algo semejante. Y también la de quienes hoy las visitan no como simples turistas sino como peregrinos. Lalibela no es un fósil del pasado, interesante sólo para los turistas extranjeros. Éstos, aunque aumentan de año en año, son una gota de agua en un océano de devotos etíopes que se acercan a ella para celebrar las grandes festividades cristianas como la Navidad, el Bautismo del Señor, la Pascua, la fiesta de la Santa Cruz… Lalibela huele a cera reciente, traída por los peregrinos y encendida delante de las imágenes de las que sean particularmente devotos. Los sacerdotes van de aquí para allá, dando a besar las cruces que llevan en la mano y dando a beber el tebel (agua santa) a quien se la pida; algún monje que otro asoma su cabeza por alguno de los ventanucos excavados en la roca, leyendo su viejo libro de piel de cabra y no se ofende si el turista le pide que pose para una foto… y más si le deja caer un par de dólares etíopes. En Lalibela están no sólo la roca del pasado, sino la Iglesia viva de hoy con su fe profunda y también con sus límites.



Nuestro deseo de entrar en el recinto coincidió con la marabunta de feligreses que salía. En la galería que unía Santa María con el Redentor sentí agobio. Era estrecha y casi impedía un flujo doble, de los que entraban con los que salían. Cualquier incidente podría haber generado una escena de pánico. Menos mal que todo transcurrió con normalidad. Unos minutos después aquello quedó prácticamente vacío.



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