El tour operador local mantenía
que los alojamientos proporcionados eran los mejores que se podían obtener
teniendo en cuenta varios factores: “bien situados, buen y rápido servicio, que
tengan capacidad para alojar grupos y que a su vez sean fiables respetando las
reservas… y le puedo asegurar que todos los hoteles tienen grandes carencias”.
Las tarifas de los hoteles eran el triple de caras para los extranjeros, aunque
muy por debajo de los precios en nuestro país. Su calidad era bastante baja.
Transcribo al tour operador local:
En todo
el país se construye con baja calidad utilizando materiales que llegan de
China. No tenemos mano de obra cualificada para la construcción y los acabados
nunca son perfectos… En época de lluvias –que era la nuestra- las filtraciones
en las construcciones son frecuentes debido a la falta de materiales aislantes
adecuados. Además de esto tenemos un serio problema con el mantenimiento de los
hoteles. En un mismo hotel hay habitaciones limpias donde todo funciona cuando
se verifica y al rato algo no funciona. Los enchufes eléctricos, los grifos y
manillas de puertas y ventanas siempre fallan y lo malo es que el personal de
los hoteles no lo ve, pues en sus casas pasa lo mismo y no le dan casi
importancia. El suministro de agua y electricidad falla en todo el país,
incluyendo Addis Abeba donde se suele suspender diariamente durante unas horas
siguiendo un plan de cortes por distritos. En general en todo el país, la
presión del agua no es suficiente para el abastecimiento. Lo mismo ocurre con
la red eléctrica que sufre constantes interrupciones. Los hoteles tienen un
grupo electrógeno para compensar las caídas de la red eléctrica.
Las posibilidades de ducharse
por la mañana con mal tiempo (lo habitual en época de lluvias) y gozar de agua
caliente eran casi nulas. Ni la bendición de San Lalibela hubiera mejorado las
perspectivas de activar el termo solar y repartir suficiente para todos. Así
que me relajé, atendí poco al olor de mis sobacos, comprobé que el desodorante
sin aroma era una bendición del cielo y recé cada vez que entré en la lucha
para que la utopía del agua se convirtiera en realidad. Imaginé viajar con
pareja y el sufrimiento de aguantar sus reivindicaciones. Si es usted varón y
se encuentra en esta misma tesitura léale a su pareja este pasaje del libro y
oblíguela a hacer ejercicios de relajación, inspiraciones profundas o mantras
para que no le joroben la estancia y el viaje. Para algo le habrá servido
comprar este libro.
El frío se apoderaba de la
habitación y la luz artificial era monástica, casi inservible para leer, pero sin
bichos ni humedades. Creo que el guía me había tomado aprecio.
La comida empezaba a repetirse
–sobre todo las sopas-, la cerveza seguía siendo de campeonato y el servicio
lento hasta la desesperación. Pero nos esperaba la ciudad santa, con lo que
todo lo demás pasó a un discreto segundo plano.
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