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Imágenes y palabras de Etiopía 65. Las penurias en el hotel... y cómo combatirlas.

Cabaññas en que se inspiraban las del hotel.

 

El tour operador local mantenía que los alojamientos proporcionados eran los mejores que se podían obtener teniendo en cuenta varios factores: “bien situados, buen y rápido servicio, que tengan capacidad para alojar grupos y que a su vez sean fiables respetando las reservas… y le puedo asegurar que todos los hoteles tienen grandes carencias”. Las tarifas de los hoteles eran el triple de caras para los extranjeros, aunque muy por debajo de los precios en nuestro país. Su calidad era bastante baja. Transcribo al tour operador local:

En todo el país se construye con baja calidad utilizando materiales que llegan de China. No tenemos mano de obra cualificada para la construcción y los acabados nunca son perfectos… En época de lluvias –que era la nuestra- las filtraciones en las construcciones son frecuentes debido a la falta de materiales aislantes adecuados. Además de esto tenemos un serio problema con el mantenimiento de los hoteles. En un mismo hotel hay habitaciones limpias donde todo funciona cuando se verifica y al rato algo no funciona. Los enchufes eléctricos, los grifos y manillas de puertas y ventanas siempre fallan y lo malo es que el personal de los hoteles no lo ve, pues en sus casas pasa lo mismo y no le dan casi importancia. El suministro de agua y electricidad falla en todo el país, incluyendo Addis Abeba donde se suele suspender diariamente durante unas horas siguiendo un plan de cortes por distritos. En general en todo el país, la presión del agua no es suficiente para el abastecimiento. Lo mismo ocurre con la red eléctrica que sufre constantes interrupciones. Los hoteles tienen un grupo electrógeno para compensar las caídas de la red eléctrica.

Las posibilidades de ducharse por la mañana con mal tiempo (lo habitual en época de lluvias) y gozar de agua caliente eran casi nulas. Ni la bendición de San Lalibela hubiera mejorado las perspectivas de activar el termo solar y repartir suficiente para todos. Así que me relajé, atendí poco al olor de mis sobacos, comprobé que el desodorante sin aroma era una bendición del cielo y recé cada vez que entré en la lucha para que la utopía del agua se convirtiera en realidad. Imaginé viajar con pareja y el sufrimiento de aguantar sus reivindicaciones. Si es usted varón y se encuentra en esta misma tesitura léale a su pareja este pasaje del libro y oblíguela a hacer ejercicios de relajación, inspiraciones profundas o mantras para que no le joroben la estancia y el viaje. Para algo le habrá servido comprar este libro.

El frío se apoderaba de la habitación y la luz artificial era monástica, casi inservible para leer, pero sin bichos ni humedades. Creo que el guía me había tomado aprecio.

La comida empezaba a repetirse –sobre todo las sopas-, la cerveza seguía siendo de campeonato y el servicio lento hasta la desesperación. Pero nos esperaba la ciudad santa, con lo que todo lo demás pasó a un discreto segundo plano.

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