Algunos estudios apuntan a que
las primeras construcciones de Lalibela pudieran datar del siglo VII. Las
teorías sobre la construcción, el estilo, el motivo y otros aspectos de las
mismas daría para llenar muchas más páginas que las que yo puedo ofrecer y que
quizá aburrirían al lector. Una vez más nos movíamos en las arenas movedizas de
las leyendas, mucho más apasionantes que las de la historia.
Para la arqueóloga Jacqueline
Pirenne el objetivo del complejo era representar partes del Apocalipsis de San
Juan y tallar en la piedra un comentario sobre este libro. Sin embargo, la
teoría más plausible la leí en el libro de Juan González Nuñez, Etiopía, hombres, lugares y mitos. La
peregrinación a Jerusalén era una aspiración de los buenos cristianos etíopes,
pero no estaba al alcance de muchos de ellos. Además, la ciudad santa estaba
bajo control de los musulmanes. El camino era extremadamente peligroso. Etiopía
era una isla cristiana en un océano islámico, como afirmaba el misionero
español. Por eso fueron talladas en la roca estas once iglesias para sustituir
tal peregrinación, sin privar al pueblo de las gracias inherentes a ella:
Nacieron
así las iglesias de Roha como sustitución simbólica tanto de la Jerusalén
terrestre como de la de arriba. El primer grupo de iglesias sustituye a la
Jerusalén de abajo: Santa María sustituye a Getsemani; San Salvador a la tienda
de la Alianza; el Gólgota, al Santo Sepulcro; y las Santas Vírgenes a las
virtudes cristianas de la fe y el amor.
El
segundo grupo de iglesias está destinado a simbolizar la Jerusalén de arriba.
San Gabriel es el camino hacia el cielo; Líbano, el querubín que sustenta el
trono de Dios, San Mercurio simboliza el purgatorio y el infierno y,
finalmente, San Miguel, el cielo propiamente dicho.
Que la
ciudad en su conjunto estaba destinada a sustituir simbólicamente a los santos
lugares lo confirman otros detalles. Así, detrás de la iglesia del Gólgota está
el sitio llamado de la calavera y la tumba de Adán: un monte al nordeste de
Roha es conocido como Tabor y el río que atraviesa la ciudad se llamaba Jordán.
Con todas esas ideas en la
cabeza (y en el corazón exaltado) fuimos avanzando con el esfuerzo del
renqueante motor ascendiendo las montañas que durante siglos habían sido la más
eficaz defensa de sus tesoros y misterios.
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