Viajas para romper la monotonía.
Sin embargo, los días siempre conservan una parte de sus automatismos. Para
diferenciarlos quizá quieras justificarte afirmando que durante el viaje
ritualizas momentos, como los de la mañana hasta que arrancas hacia la aventura.
El ritual de aquella mañana fue el acostumbrado: despertar a las 7, a las 7.30
el desayuno y salida a las 8. Nos salvábamos de un inmenso madrugón.
La ciudad estaba plenamente
despierta a esas horas. Si el sol ha ascendido por el horizonte no hay razón
para desaprovechar su luz gratuita. Un poco más abajo de nuestro hotel tuvimos
la oportunidad de recorrer el bulevar o avenida principal que estructuraba el
centro de Gondar. Un grupo de hombres observaba un partido de fútbol-sala con
porterías de hockey. Etiopía no es una gran potencia en fútbol. Sin embargo,
los hombres son muy aficionados a este deporte. Muchos niños y jóvenes visten
camisetas de equipos europeos, especialmente de la liga inglesa y del
Barcelona.
Pasamos ante otro de los
palacios de la ciudad y continuamos para empezar el ascenso hacia la montaña
que nos conduciría hacia el aeropuerto de Azezo. Un poco más lejos, una
instalación militar.
El aeropuerto Teodros II estaba
a unos 25 kilómetros. Era muy pequeño, casi de bolsillo. Operaba tan pocos
vuelos, cuatro, que los anunciaban en una pizarra. El nuestro, destino
Lalibela, figuraba en la misma.
Era curioso que el aeropuerto
estuviera dedicado a este monarca que había mandado quemar la ciudad de Gondar
por no aceptarle como emperador al carecer de sangre real. Quizá fuera un
ejemplo más de la capacidad de los etíopes para perdonar a personajes controvertidos
que, sin embargo, lucían méritos suficientes para su ascensión al olimpo de
hombres ilustres. Melosas estatuas y retratos del héroe del siglo XIX adornaban
la ciudad como correspondía al primer gran unificador contemporáneo.
Trató de liberar a su pueblo y
acabó condenándolo. Por cierto, la parte más controvertida de su reinado, la
expedición de los ingleses al mando del general Napier para liberar a los
diplomáticos europeos encarcelados por Teodros, no aparecía en el capítulo de
historia de la guía. Cuando se hablaba de la destrucción de Gondar y de los
daños causados a los monumentos únicamente incluía a italianos y británicos, no
a este monarca.
Después de facturar me entretuve
en las tiendas observando algunas de las artesanías que ofrecían. No me
aportaron nada, salvo un poco de distracción.
Las montañas consagraban el
aislamiento de la ciudad sagrada, como si las manos de Dios se hubieran
empeñado en mantener la pureza del lugar. En su entorno abundaban los picos por
encima de los cuatro mil metros. Alcanzar Lalibela por carretera era posible,
aunque muy complicado. Hubiera supuesto todo un día de viaje y multitud de
incomodidades, si bien nos hubiera permitido conocer de primera mano aquella
zona. Las carreteras contribuían a preservar la soledad con su mal estado. Los
contratistas chinos se afanaban por llevar la contraria a Dios, a los
espíritus, a las montañas y a la desidia del gobierno. Su lucha contra el barro
era titánica.
Durante el vuelo habíamos
sobrevolado una zona montañosa y verde, con valles fértiles, bien cultivados y
surcados por ríos de un intenso color marrón. Los puntos que brillaban eran los
tejados metálicos de las casas.
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