Era un pequeño pabellón rodeado de densos árboles y a unos 2 kilómetros de la ciudad, un lugar tranquilo que se supone utilizó el emperador como segunda residencia, un lugar para alejarse de la corte y regresar sin tardanza si fuera necesario. Sin embargo, lo importante era la piscina -o baño- donde se alzaba: el baño de Fasílides.
El pabellón estaba cerrado y la
piscina casi vacía. El momento de visitarlo era por la fiesta de la Epifanía,
entre el 18 y el 20 de enero. En el Timket, nombre que recibe en amariña
la festividad, no se celebra la adoración de los Reyes Magos, como en Occidente,
sino el bautismo de Cristo y con ese motivo la piscina o baño se llena y es
bendecida por los sacerdotes. Los fieles renovarán su bautismo, su voto de
ingreso en el cristianismo, como escribe Reverte. Esos fieles vaciarán su
contenido llevándose botellitas de agua bendita. En algunos lugares los fieles
son rociados con esa agua sagrada mediante mangueras.
El lugar nos llenó de calma. Las
raíces de los árboles se derramaban por el muro perimetral y se sentaban en las
gradas superiores como los espíritus vegetales de los fieles que estuvieran
esperando hasta la próxima gran cita. Era una estampa similar a la de los
templos de Angkor, en Camboya. Algunos árboles eran especialmente grandes y
ofrecían una agradable sombra extendiendo sus brazos repletos de hojas.
La víspera del Timket,
como narra Reverte, que sí vivió la festividad y la contó en Los caminos perdidos de África, los
fieles acompañaban las procesiones de tabots,
las réplicas del Arca, única ocasión en que salen de las iglesias y pueden ser
contemplados por el público. Las llevan hasta un lugar cercano a una corriente
de agua. A la una de la mañana se celebra una misa:
Las
congregaciones de jóvenes, los liqawent,
rezan y cantan a Cristo desde el atardecer del 19 al amanecer del 20 y luego
acompañan con sus danzas y sus cantos a los sacerdotes que salen de nuevo en
procesión hacia un lugar donde habrán de encontrarse con las procesiones de
otras parroquias, cada una de ellas con su propio tabot. A la fiesta se unen los Shissheba,
grupos de baile religioso formados por clérigos, que interpretan canciones que
se remontan al siglo VI y que fueron compuestas por el santo Yared, el padre de
la zema, la música sacra etíope,
sobre textos de los Evangelios. Las letras de estos himnos se cantan en gue’ez, la lengua primitiva del país,
previa al amárico, una especie de latín etíope en el que están escritos los
antiguos códices religiosos y las crónicas reales.
Aun nos quedaba una etapa
esencial en la visita de la ciudad. El tiempo se echaba encima.
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