Desembarcamos en nuestro hotel,
bastante apañado, bajamos al restaurante y disfrutamos de una sopa de
champiñones (o de pollo, a elegir), pollo al curry, pizza o espaguetis
carbonada. Sin duda, la herencia italiana. Después de tantos kilómetros nos
ayudó a reconstruir nuestros cuerpos.
El Fasil Gebbi era el recinto
amurallado que acogía los peculiares palacios de la dinastía inaugurada por Fasílides,
Fasil para los etíopes. Combinaban una estética barroca europea con la
bizantina, la india y la local dando lugar a unos edificios que hubiera sido
complicado ubicar en este país. Por esa razón, habían sido declarados
Patrimonio de la Humanidad, junto con otras construcciones de la ciudad y de su
área más cercana. Abarcaba unos 70.000 m² y sus muros se abrían en doce
puertas, quizá en recuerdo de los doce apóstoles. El perímetro era de 900
metros. Dieron lugar a lo que se denomina el período y el estilo de Gondar.
Avanzamos hasta el palacio de
Fasílides, de 1640. Una escalera permitía el acceso al recibidor, en la primera
planta, que se dedicaba a la oración y las celebraciones. El salón era
espacioso y al asomarse a las ventanas y balcones se obtenía una buena vista
del conjunto. Los muros estaban despojados de adornos y no había muebles, con
lo que la imaginación era la encargada de recrear el ambiente palaciego. Dediqué
un momento a ese fin: cortesanos con sus mejores galas, ritual apropiado para
los ceremoniales, música y boato. La segunda planta correspondía a los
dormitorios y la tercera a una azotea. La estructura en tres niveles se repetía
en todos los edificios que seguían este estilo. Me llamaron la atención las
almenas que coronaban los edificios y las torres, cuadradas y redondeadas.
A falta de cortesanos, me encantó
contemplar a algunos visitantes locales con vestidos tradicionales y coloridos,
las mujeres con hermosos pañuelos que envolvían sus rostros dejando al
descubierto una pequeña parte del mismo y ocultando el pelo.
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