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Imágenes y palabras de Etiopía 50. Por las montañas de Simién.


 

Continuamos por las montañas de Simién, las que debió atravesar numerosas veces Pedro Páez desde su misión de Fremona hacía donde se encontrara el emperador, que le convocaba para pedir su consejo. Siemen significa en amhara norte, aunque en gue’ez era el término tradicional para denominar el sur, y al sur de Axum se encontraban. En esta cordillera estaba el segundo monte más alto del país, el Lamaleno, con casi 4.000 metros de altitud. Reverte describe la senda como estrecha y peligrosa, de hondos precipicios donde era habitual que se despeñaran los animales de carga, que avanzaban en fila de uno y con extremo cuidado. Además, abundaban los animales salvajes: leones, leopardos, hienas o perros salvajes, los “lobos” de Páez. Sentí un estremecimiento ante la idea de que se averiara el vehículo y hubiera que pasar la noche en ese entorno. También abundaban los mosquitos de la peor clase, los anófeles, portadores de la malaria, más abundantes en el llano y cerca del lago.



En el horizonte apareció una singular roca, el Dedo de Dios, una referencia en el avance. Cuando fue más evidente paramos para fotografiarlo. Entre las montañas y la carretera se desplegaba un pequeño prado con una solitaria casa de madera, unas vacas y un campo de maíz. También, un grupo de niños que nos rodearon inmediatamente. Milagrosamente salieron de todas partes cuando observaron que sacábamos los cuadernos y los lápices. Mamush tuvo que poner orden para evitar la agitación. Ninguno quería perderse su pequeño botín. Los puso en fila y disciplinadamente recibieron su premio. Se les veía contentos, abrazando los cuadernos como el mejor y más valioso de los regalos, el rostro iluminado. Vestían con corrección, nada miserables. Quizá el campo permitía una vida más digna.



Alguno de los críos se rezagó y cuando llegó ya no había botín que repartir. Recordé que llevaba media docena de pequeños lápices, casi miniaturas, que rebusqué en la mochila. Pero los “afortunados” los recibieron con una mueca, como si quisiera castigarlos. No tenía otra cosa. Seguro que los tiraron al subir al vehículo y marcharnos.



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