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Imágenes y palabras de Etiopía 46. Los estudiantes de grano.



Realizamos una nueva parada en un poblado de “estudiantes de grano” que se ocultaba tras los árboles y las curvas ascendentes. Así denominaban a los lugares apartados de las ciudades donde los niños y los jóvenes se formaban como religiosos.

Era un pequeño grupo de cabañas cónicas de ramas y adobe, construcciones sencillas, como correspondía a los futuros monjes. El voto de pobreza se mamaba durante la formación. Para su manutención tenían que agenciarse grano entre los campesinos de la zona, apelando a su generosidad y ofreciendo el premio hacia sus benefactores de su intercesión con el altísimo.



Pasarían allí entre diez y doce años y su formación se centraría exclusivamente en la religión, en la lectura de los textos sagrados y su recitado hasta la saciedad, el aprendizaje del gue’ez, el etíope antiguo, su latín, la reflexión y la oración. Entraban de niños, crecían en ese entorno natural y místico y después se enfrentaban a la realidad del mundo. Los sacerdotes eran respetados y evitaban la dureza de la vida del común de los mortales. Dispondrían de lo básico: casa, alimento, vestido, se distanciarían de la pobreza. Las gentes los observaban con cierta envidia. Entrar como religioso era casi un privilegio.

Atravesamos un espacio de árboles de flores rojas de una familia de las jacarandas, y de flores amarillas, las flores de invierno. Avanzamos hasta un círculo marcado por toscas piedras. Era el lugar de reunión.



Alteramos la vida de los aprendices. Salieron a nuestro encuentro acompañados de sus maestros y siguieron nuestros pasos. Nos dispersamos por todos los rincones, les fotografiamos, charlamos un rato. La punta del techo de paja de las cabañas estaba coronada por toscas cruces. A la espalda del poblado crecía la verde montaña.

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