Los trayectos por carretera
podían hacerse monótonos. Contemplar el paisaje que se renovaba en la
ventanilla era una opción. Cuando decaía el ánimo era habitual que nuestro
conductor nos deleitara con música local. Esta fue la mejor forma para entrar
en contacto con la música etíope que se movía entre el pop, las influencias del
norte de África, al estilo Khaled, el cantante argelino que era muy popular en
Francia, o más vinculada a la música del África Subsahariana, en la línea de
Youssou N’Dour, el senegalés al que conocía por sus discos y alguna actuación
en Madrid.
Desde luego, no sabría concretar
a quién escuché y cuáles fueron sus canciones ya que mis conocimientos de
música etíope eran bastante reducidos y aunque procuré ampliarlos a mi regreso,
se basaban en unas notas que tomé en el vuelo Roma-Adis Abeba.
Lo primero que me llamó la atención es que eran accesibles a través de las grandes plataformas de distribución de música, como Amazon, Napster, Spotify, Neezer o YouTube. El mundo musical carecía de fronteras. Lo malo es que quizá estaba perdiendo raíces y matices y se estaba uniformando en exceso.
Berry fue la primera cantante a la que escuché, en concreto, su disco Kemin Netsa Lewta, de diciembre de 2015. La voz de la hermosa cantante era sofisticada y suave, las melodías fáciles, como para escuchar en una discoteca o un bar de copas. Era pop con instrumentos electrónicos. En Amazon calificaban su estilo de Rhythm & Blues e internacional. Otros álbumes debían estar en la misma onda.
Tan buena cantante como estrella del espectáculo con sus bailes era Minyeshu, guapa y carismática. Música moderna con raíces etíopes. No dejes de ver algunos de sus vídeos en YouTube. Yo escuché canciones de su disco Dire Dawa.
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