Regresamos al vehículo y
reanudamos la marcha hacia el norte. A la salida del pueblo nos topamos con una
imagen macabra: un enfermo sobre una camilla improvisada y tapado con una tela.
Mamush comentó que no estaba muerto ya que sólo lo acompañaban sus porteadores.
Si detrás hubieran ido las mujeres, hubiera sido el signo más claro de que
había entregado su alma a Dios.
La principal causa de muerte en
el país era la malaria (recordé que había ignorado el consejo de tomar las
pastillas porque me dejaba fatal el estómago). La segunda, el sida, que parecía
en recesión. Enormes carteles advertían de sus males en pueblos y ciudades para
que se utilizaran preservativos.
En Etiopía abundaban los
enfermos y escaseaban las clínicas. Muchos enfermos se quedaban en el camino a
consecuencia de la precariedad del traslado. No recuerdo haber visto una
ambulancia en todo el tiempo del viaje. Transportarles en un vehículo era
demasiado caro. Los conductores a los que se les requerían sus servicios
intentaban aprovecharse de las circunstancias.
La carretera empezó a marcar una
sensible subida. Los valles eran más evidentes al prolongarse la distancia
entre las cimas de las montañas y las zonas bajas. El camino se poblaba de
acacias, que tanto se asocian con el paisaje africano. Asomaban los tejados
cónicos de las iglesias en la espesura de los bosques.
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