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Imágenes y palabras de Etiopía 44. Un paraíso de aromas.


 

África es un paraíso de aromas. Podrías cerrar los ojos y guiarte según los aromas de los lugares por los que transitas, a pesar de que, como yo, padezcas rinitis y tu olfato quede en ocasiones atenazado por la sequedad del ambiente y que esa sequedad se consolide con dureza en el interior de la nariz. Aquí los aromas son naturales, aunque no siempre agradables: las especias, el olor de la tierra mojada tras una tormenta, la fruta, la carne que pugna por no pudrirse, el bosque y sus hojas batientes, el combustible altamente contaminante que satura el aire, los excrementos de los animales. La naturaleza suele ganar la partida y se impone para deleite de todo aquel que esté dispuesto a enfrentarse a ella. La ciudad la maltrata y en los pueblos aún se vive una dura pugna. Quizá por ello África cala tan hondo y por tanto tiempo. El olfato es duradero.



La zona más atractiva de los mercados suele ser la de comida, la de fruta y verdura, la del alimento básico, la del que trae el campesino tras una dura caminata y que representa su pequeño excedente, quizá su pequeña riqueza o su pequeño lujo entre la subsistencia básica. Allí estaban situados bajo un toldo, una tela o un paraguas para combatir las horas monótonas al sol, sus escasos bienes al frente, sentados sobre el suelo. Las mujeres eran mayoría. Los hombres constituían pequeños grupos. Las medidas sanitarias eran inexistentes y era habitual observar a gallinas, cabras y ovejas transitar plácidamente entre los alimentos.



Nos seguía un grupo cada vez más numeroso de lugareños. Algunos pedían fotografiarse con nosotros o se dejaban fotografiar y alucinaban al verse atrapados en las pantallas de las cámaras. Otras personas se ocultaban tras sus telas. Algunas se enfadaban y se mostraban amenazantes, como queriendo guardar celosamente su intimidad. Quizá un misionero que llevara una cámara de fotos para su apostolado conseguiría más fácilmente convertir a los feligreses por la intercesión del objeto y dividir al pueblo entre los que le siguieran, como a nosotros, y los que le ignoraran y odiaran.



Transitamos por la zona de chatarra y por la de telas, ya que alguna compañera deseaba algún chal o fular. En esa parte los vendedores estaban en casetas que eran un lujo para la zona.

Las mujeres se quejaron de que les habían tocado el culo.

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