Designed by VeeThemes.com | Rediseñando x Gestquest

Imágenes y palabras de Etiopía 35. Un amanecer religioso.


 

Fue la gran sorpresa de la noche que dormimos junto al lago Tana. Todos creímos que era el muecín que llamaba a la oración a los musulmanes, aunque esa llamada era demasiado larga. Empezaba un periodo de ayuno de dos semanas, una festividad ortodoxa que llenaría los amaneceres durante una buena parte de nuestro viaje.

El ayuno era una práctica religiosa muy arraigada en el país, como había leído en el libro de Juan González Núñez, que desplazaba a los sacramentos, y que ocupaba muchos días de su calendario:

La práctica religiosa de los fieles no gira en torno a los sacramentos. Desde la pubertad hasta la ancianidad, aun los más devotos dejan de recibir la comunión por considerarse legalmente impuros. Lo más arraigado en la espiritualidad etíope es el ayuno. Los cristianos mediocres dejarán toda otra práctica religiosa, pero todavía seguirán guardando el ayuno como el último lazo que les liga a la madre iglesia. Y no es que observarlo sea llevadero. A lo largo del año hay más días de ayuno que días libres: exactamente doscientos cincuenta días para los sacerdotes y monjes y ciento ochenta días para el resto de los fieles.



Hasta nosotros llegaba el murmullo sagrado mezclado con las voces del clero a través de los altavoces. La cercanía de la iglesia marcó nuestro sueño. Los cerramientos de los hoteles no fueron suficiente impedimento para que se colara esa letanía constante y reiterada. No llegamos a acostumbrarnos a ella en todo el viaje. El cansancio terminaba por derrotarnos y hacernos caer en el sueño.

Recordé otro pasaje del libro de Juan González Núñez que explicaba aquel movimiento al alba:

Los fieles nunca madrugan lo suficiente como para encontrar las puertas cerradas, pues los sacerdotes y debterás (cantores) les han precedido ya. A las cuatro de la mañana han empezado ya a romper la paz de la aurora con sus cansinas salmodias, magnificadas por potentes altavoces. Hacia las seis iniciarán la misa, que durará varias horas; quizá tres, quizá cuatro o más, según la importancia de la fiesta.

Los fieles habían llegado de forma paulatina, sin responder a una hora determinada. Tampoco abandonaban el recinto al concluir la ceremonia, como resaltaba González Núñez:

No es el comienzo de la misa lo que determina la hora de llegada de los fieles, como tampoco es su final lo que marca el momento de la vuelta a casa. Los fieles no van a “oír misa”. La mayoría ni siquiera entrará a la iglesia. Se quedarán en el atrio, rezarán, comentarán cosas, darán una limosna a los pobres que se alinean en filas interminables a lo largo del camino, oirán el sermón que algún sacerdote les echará desde la escalinata, besarán devotamente el muro externo de la iglesia y se volverán a sus casas. Han ido a “besar” (los muros); esa es la expresión equivalente a lo que un católico llamaría “oír misa”. Sólo un reducidísimo grupo de ancianos y niños entrará en la iglesia para seguir la ceremonia del principio al final y recibir la comunión.

Todo eso nos habíamos perdido durante nuestro sueño frustrado.

0 comments:

Publicar un comentario