El desvío del cauce del Nilo fue
una eficaz arma estratégica contra quienes gobernaban aguas abajo. Los
emperadores etíopes utilizaron la amenaza en varias ocasiones con bastante
éxito ya que la agricultura de Sudán y Egipto dependía esencialmente de las
periódicas crecidas que alimentaban los campos. En 1441, con el poder musulmán
consolidado en Egipto, el emperador Zara Yacub utilizó esa amenaza para que
cesaran los atropellos a la población copta.
La carretera que comunicaba con
las cataratas era horrorosa. Estaba anegada por la lluvia, sembrada de baches y
dominada por el barro, lo que ralentizaba el avance. A los lados se sucedían
campos de café, maíz, caña o chat, la
suave droga local que se exportaba a los países cercanos. Los campos lucían
verdes, pastaban las vacas parsimoniosas, las montañas enmarcaban un valle
fértil. Casas y poblados sencillos y de subsistencia se beneficiaban de ellos.
La gente nos miraba con curiosidad, algunos con una sonrisa, quizá provocada
por la sorpresa del acontecimiento; otros serios y herméticos. Eran los
habitantes de esas casas de madera recubiertas de barroco y adobe. Empezó a
llover y los caminantes abrieron sus paraguas. Temimos lo peor pero nuestra
visita no quedó frustrada. Las canalizaciones que observábamos admitían el agua
de lluvia, que seguía su destino, a su bola, quizá mezclada con las aguas
fecales. Los movimientos de tierras presagiaban una mejora de la carretera.
Paramos junto al control de
acceso. Allí nos unimos a otros viajeros que buscaban también las cataratas.
Pero algo ocurría ya que los vehículos estaban estacionados y los interesados
formaban pequeños grupos con cara de preocupación o de cabreo. Mamush bajó del
vehículo y fue directo a la caseta para entablar negociaciones para que
abrieran la presa y fluyeran las aguas. Desde la construcción de la misma, a
principios de siglo, para generar electricidad para la zona, las cataratas
dependían de la decisión del hombre.
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