El muro que rodeaba el mekdes, como el iconostasio, estaba
ricamente decorado con escenas del Antiguo y el Nuevo Testamento, con ciclos de
la vida de Cristo o la Virgen, con escenas de la vida de santos locales o con
las de reyes y héroes vinculados con la construcción de la iglesia o de los
eventos ocurridos en la zona. En muchos casos, eran de una espectacularidad que
se conciliaba mal con la sencillez o incluso pobreza de la propia iglesia.
Qué guardaba el interior del
alma de la Iglesia, el mekdes, era un
misterio al ser inaccesible. En sus puertas de acceso siempre estaban
representados los más fieles guardianes, los arcángeles San Gabriel y San
Rafael, en una actitud casi guerrera y una dulzura de rostros que era todo un
contraste o una contradicción. En otros casos, tres puertas iguales con la
representación de la Trinidad. La tradición marcaba que las tres imágenes
fueran iguales, otra singularidad de este credo ortodoxo etíope. Parecía que
las representaciones seguían un canon fijo, sin demasiada variación y quizá con
poca libertad para el artista.
El suelo estaba cubierto por
alfombras. Había que acceder al interior del templo descalzo (se permitían los
calcetines) y no siempre las alfombras estaban todo lo limpias que sería
deseable, a pesar de que siempre había fieles o sacerdotes encargados del
cuidado de las iglesias. Al terminar la visita, podías notar que algún insecto
o pulga estaba de excursión por el cuerpo.
La zona de los músicos quedaba
bastante claramente delimitada, ya que los tambores con los que se acompañaba
la liturgia permanecían en el kedie
meklet hasta una nueva sesión litúrgica.
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