La ciudad era la base para dos
excursiones imprescindibles, que realizaríamos: los monasterios de las islas
del lago Tana y las cataratas del Nilo Azul. Los programas, o los itinerarios
preparados por los viajeros, deberían incluir al menos dos noches para visitar
otros lugares emblemáticos en el entorno sur del lago.
Desgraciadamente, sólo pudimos
disfrutar de su buena configuración urbanística y de su orden en los
desplazamientos de las excursiones y cuando fuimos a comer. En definitiva, no
debería pronunciarme sobre la ciudad al no haberla pateado. Alguien podrá informar
al lector sobre sus mercados, sobre las iglesias de San Jorge y San Mikael o su
ambiente. Por cierto, es la capital de la región de Amara, está a 1840 metros
sobre el nivel del mar y goza de una temperatura tropical suave con una media
de 19 grados. Todo parece puntuar a su favor como destino. Recurro a Javier
Reverte y su libro Los caminos perdidos de Dios para una descripción:
Bahr
Dar, tendida en las orillas del sur del lago Tana, más que una ciudad parece un
jardín, y pese a la miseria que atenazan los barrios del interior de la urbe,
pese a las legiones de hambrientos y limosneros que se hacen allí inevitables
como en cualquier otro rincón de Etiopía, resulta, en cierto modo, una ciudad
altiva, a causa tal vez de la hermosura que le concede una naturaleza
portentosa. Su nombre significa en amárico “cerca del mar” y no tiene más
historia que la que le brinda el lago, esto es: la leyenda que puede
corresponder a un regalo de la geografía. En su extremo oriental brota el Nilo
Azul, que cruza luego bajo un puente de construcción moderna y, mientras avanza
hacia el sur como una lengua sinuosa y sensual, pinta de verdor los campos circundantes
y forma islotes que parecen pequeñas esmeraldas bajo el fuego de los
atardeceres. Tener una de las fuentes del Nilo al lado de tu casa es algo que
le sucede a pocas personas en el mundo, aunque aquellos a los que les ocurre
les importa un comino y piensen que lo esencial no es habitar en las orillas de
un mito, sino ganarse la supervivencia del día a día. Así es la vida.
Junto al
lago, corre la arteria principal de Bahr Dar, una ancha avenida sombreada de
palmeras. Apenas hay tráfico y los taxis son muy escasos. La mayoría de los
habitantes de la ciudad se desplazan a pie, o en minibuses públicos y, sobre
todo, en bicicleta. A unos mil ochocientos metros de altura sobre el nivel del
mar, la fresca brisa de Bahr se empapa durante las noches con los olores de las
flores del frangipani, una especie de magnolio tropical.
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