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Imágenes y palabras de Etiopía 17. Pensamientos que fluyen en la espera.


 

Siempre he sentido una excitación especial durante la preparación de un viaje. Esa primera fase en que buscas el destino, organizas el itinerario, acoplas tus deseos con la realidad, es ya viajar. Por eso, en este viaje en que la organización corría a cuenta de terceros, quedé privado de ese disfrute previo, un disfrute sobre la base de la teoría, de la imaginación, de lo desconocido que intentas dominar. Trazamos expectativas, consideramos que esto o aquello será de una forma determinada, sin más base que las lecturas, las conversaciones con otros viajeros, las imágenes que recopilamos en todos los medios que la tecnología nos ofrece. Y el viaje siempre será diferente y se sumará a esta experiencia previa.

Este año no hubo reuniones con amigos o familia para planificar, para consensuar el trazado, las fechas, los medios. Las lecturas habían sido, por tanto, también menos exigentes. El período de maduración de la idea de visitar Etiopía fue muy corto. Tanto, que fue por exclusión de opciones. No es la primera vez -ni será la última- en que pienso un lugar para viajar y aparece otro distinto en mis vacaciones de verano, que por mi profesión me veo obligado a disfrutar en agosto, cuando más masificación hay, cuando es más caro y cuando las condiciones climatológicas son más severas. Fue a mediados de junio cuando surgió la idea y cerré la reserva.



Todos esos pensamientos me habían asaltado la primera noche del viaje y a la mañana siguiente en la sala de espera del aeropuerto de Adís Abeba mientras esperaba la salida del vuelo a Bahar Dir (o Bahardar, Bahr Dar y quizá alguna variante más). En la habitación estaba solo y en el aeropuerto estaba rodeado de personas a las que apenas conocía, aunque el primer contacto había sido bastante positivo. Aprendería a apreciarlos a lo largo de los días siguientes de convivencia. Pero aún no tenía la suficiente confianza para compartir ese cacao mental que llenaba mi cabeza. Y recordé la conversación que mantuve con mi hermano dos días antes en la estación de Alicante.

Mientras hacíamos tiempo hasta la hora de salida de mi tren, me preguntó mi hermano José si no estaba un poco asustado ante el viaje. Sonreí y le contesté de la forma más tranquilizadora posible. Soy el pequeño de cuatro hermanos y aunque soy cincuentón y he vuelto entero de todos mis viajes de aventuras aún pesa el carácter protector. Me alegra mucho saber que mi familia se preocupa por mí. Siento que por mi causa se preocupen. Sí, seré sensato, no haré tonterías, no me meteré en problemas ni riñas, es lo que siempre les digo.

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