Siempre he sentido una
excitación especial durante la preparación de un viaje. Esa primera fase en que
buscas el destino, organizas el itinerario, acoplas tus deseos con la realidad,
es ya viajar. Por eso, en este viaje en que la organización corría a cuenta de
terceros, quedé privado de ese disfrute previo, un disfrute sobre la base de la
teoría, de la imaginación, de lo desconocido que intentas dominar. Trazamos
expectativas, consideramos que esto o aquello será de una forma determinada,
sin más base que las lecturas, las conversaciones con otros viajeros, las
imágenes que recopilamos en todos los medios que la tecnología nos ofrece. Y el
viaje siempre será diferente y se sumará a esta experiencia previa.
Este año no hubo reuniones con
amigos o familia para planificar, para consensuar el trazado, las fechas, los
medios. Las lecturas habían sido, por tanto, también menos exigentes. El
período de maduración de la idea de visitar Etiopía fue muy corto. Tanto, que
fue por exclusión de opciones. No es la primera vez -ni será la última- en que
pienso un lugar para viajar y aparece otro distinto en mis vacaciones de
verano, que por mi profesión me veo obligado a disfrutar en agosto, cuando más
masificación hay, cuando es más caro y cuando las condiciones climatológicas
son más severas. Fue a mediados de junio cuando surgió la idea y cerré la
reserva.
Todos esos pensamientos me
habían asaltado la primera noche del viaje y a la mañana siguiente en la sala
de espera del aeropuerto de Adís Abeba mientras esperaba la salida del vuelo a
Bahar Dir (o Bahardar, Bahr Dar y quizá alguna variante más). En la habitación
estaba solo y en el aeropuerto estaba rodeado de personas a las que apenas
conocía, aunque el primer contacto había sido bastante positivo. Aprendería a
apreciarlos a lo largo de los días siguientes de convivencia. Pero aún no tenía
la suficiente confianza para compartir ese cacao mental que llenaba mi cabeza.
Y recordé la conversación que mantuve con mi hermano dos días antes en la
estación de Alicante.
Mientras hacíamos tiempo hasta
la hora de salida de mi tren, me preguntó mi hermano José si no estaba un poco
asustado ante el viaje. Sonreí y le contesté de la forma más tranquilizadora
posible. Soy el pequeño de cuatro hermanos y aunque soy cincuentón y he vuelto
entero de todos mis viajes de aventuras aún pesa el carácter protector. Me
alegra mucho saber que mi familia se preocupa por mí. Siento que por mi causa
se preocupen. Sí, seré sensato, no haré tonterías, no me meteré en problemas ni
riñas, es lo que siempre les digo.
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