En el Palacio Nuevo vivía el
emperador, frente al Africa Hall, “pero desempeñaba sus funciones oficiales
-destacaba Kapuscinski- en el Palacio Viejo, construido por el emperador
Menelik y situado en la colina que se alzaba justo al lado. Nuestro Ministerio
-el de la Pluma- tenía su sede precisamente en el Palacio Viejo, que asimismo
albergaba la mayoría de las instituciones imperiales, porque Haile Selassie
quería tenerlo todo a mano”.
El palacio Imperial o palacio de
Menelik, que eran sus otras denominaciones, se encontraba en una colina y había
sido inicialmente construido para la emperatriz Taitu, que tenía por costumbre
acercarse a tomar las aguas medicinales del cercano Filwoha. Cuando Menelik II
decidió trasladar la capital a Adís Abeba, lo reconstruyó y engrandeció. A la
caída del último emperador, el DERG lo convirtió en sede del gobierno y en sus
bodegas se hacinaron los presos políticos. Menguistu lo transformó en su
residencia y, con el tiempo, pasó a ser la del primer ministro, uso que retenía
en tiempos de nuestra visita. Por supuesto, era inaccesible para los turistas.
Lo más cerca que podían estar era al realizar las visitas de Bete Maryam, la
iglesia de la Virgen María, o del mausoleo de Menelik II. Llamaba la atención
que hubiera una prohibición de hacer fotos en el entorno de estos dos
monumentos. La razón era esa cercanía a la sede del primer ministro.
Nuevamente, las palabras del
escritor polaco nos trasladaban a aquellas escenas que se producían durante el
reinado del último emperador: “Ante la puerta de entrada lo esperaba ya una
multitud de súbditos que intentaban entregarle sus peticiones”. Al tener que
mantenerse inclinados los súbditos ante el paso del vehículo del emperador,
eran los miembros de su guardia los encargados de recoger esas peticiones del
pueblo llano. Frente al palacio, la gente más cercana al mandatario buscaba una
simple mirada para ser identificado y obtener un cargo. Había que imaginarse
esa escena con centenares de pedigüeños del círculo más cercano al emperador.
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