El Cuadrilátero de la Moda era
algo más que unas calles de tiendas. Carlos y yo lo conocíamos de nuestra
anterior visita. Nosotros, poco aficionados a ir de tiendas y poco seguidores
de las últimas tendencias de la moda, habíamos quedado impresionados. Por eso
insistimos en acercarnos hasta la zona para un paseo. Milán es diseño, moda,
lujo y glamour y en esa área encontrabas esos elementos perfectamente
combinados.
Desde la Scala tomamos la calle
Alessandro Manzoni, la del autor de Los
novios, y cuya casa se encontraba muy cerca. Avanzamos en dirección a Porta
Nuova. Las tiendas eran pequeñas joyas de interiorismo y en los escaparates se
exhibían los productos perfectamente individualizados y como protagonistas para
seducir al cliente, como obras maestras y únicas. Cualquiera podría pensar que
la felicidad se escondía en esa mercancía.
El tráfico de coches y personas
era animado sin ser agobiante, en ese punto que acompañaba pero no molestaba.
Lo mejor para moverse por la zona era el tranvía o la bicicleta. Resultaba
curioso ver a un joven bien vestido con un traje montado en una bicicleta que
no era de diseño.
La calle estaba formada por
palacetes o edificios soberbios de tres plantas. Los patios de los palacetes
estaban abiertos y podías asomarte a su interior. Algunos habían sido
transformados en diminutos centros comerciales con unas pocas tiendas
exclusivas o restaurantes de lujo. En uno de ellos estaba instalado el museo
Poldi Pezzoli. Contenía una buena colección de pintura y tapices persas, armas
y armaduras antiguas o joyas, según leímos. Para quien permanezca más tiempo en
Milán puede ser una opción.
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