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Milán, Pavia y los lagos 53. Cena en los Navigli.

Fuente: Viajarmilan.com

 

Los Navigli se habían convertido en un lugar de moda para la gente joven, un lugar orientado al ocio. Aquellos canales antiquísimos -el Grande era del siglo XII y conectaba con el lago Maggiore; el Pavese era del siglo XIV y lo hacía con Pavía- habían sido rehabilitados. Como en otros lugares, las instalaciones portuarias abandonadas habían sido aprovechadas para revitalizar la zona y dotarla de una nueva vida. El resultado era bastante satisfactorio. Abundaban los locales y la animación era evidente.

En nuestro anterior viaje, Carlos y yo habíamos estado muy cerca de ellos. Al final se quedaron entre las tareas pendientes. Nuestra duda era si aún estarían de moda. Cuando lo comentamos con la chica de recepción nos ratificó que aún era lugar de diversión, aunque había cambiado. No nos concretó en qué consistía ese cambio.

Aparcar en la calle era imposible. Había varios parkings con lo que nos deshicimos del coche tan pronto como nos fue posible. Teníamos hambre y cansancio: necesitábamos encontrar un restaurante. Cruzamos la amplia plaza de Porta Génova. Curiosamente, de ella salía una calle con el nombre de via Vigevano, casi igual que el nombre del autor milanés. En la esquina de una calle repleta de locales entramos a cenar.

Carlos no se atrevió con una "oreja de elefante" porque la chuleta era de cordero. Él buscaba cotoletta alla milanese, el escalope a la milanesa o el snitzel austríaco. Su secreto para que estuviera crujiente y jugoso era la combinación de harina y pan rallado. Al final, optó por unos solomillos gustosos. Amparo se decantó por la vera carbonnara, mucho más deliciosa y auténtica que la que habitualmente comemos en España. La receta nos mantuvo entretenidos buena parte de la cena. José Luis pidió pulpo y yo un risotto de marisco. No me atreví con el risotto a la milanesa, que daba un color amarillo parecido a la paella.

La zona de la dársena estaba animada. Sonaba la música de un artista callejero. Se mezclaba con las conversaciones de la gente y con sus sonrisas. En algunos bares los aficionados al fútbol seguían un partido del Inter bastante aburrido.

Caminamos del puente de piedra al puente de hierro, que cruzamos para cambiar de acera.

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