Los Navigli se habían convertido
en un lugar de moda para la gente joven, un lugar orientado al ocio. Aquellos
canales antiquísimos -el Grande era del siglo XII y conectaba con el lago
Maggiore; el Pavese era del siglo XIV y lo hacía con Pavía- habían sido
rehabilitados. Como en otros lugares, las instalaciones portuarias abandonadas
habían sido aprovechadas para revitalizar la zona y dotarla de una nueva vida.
El resultado era bastante satisfactorio. Abundaban los locales y la animación
era evidente.
En nuestro anterior viaje,
Carlos y yo habíamos estado muy cerca de ellos. Al final se quedaron entre las
tareas pendientes. Nuestra duda era si aún estarían de moda. Cuando lo
comentamos con la chica de recepción nos ratificó que aún era lugar de
diversión, aunque había cambiado. No nos concretó en qué consistía ese cambio.
Aparcar en la calle era
imposible. Había varios parkings con lo que nos deshicimos del coche tan pronto
como nos fue posible. Teníamos hambre y cansancio: necesitábamos encontrar un
restaurante. Cruzamos la amplia plaza de Porta Génova. Curiosamente, de ella
salía una calle con el nombre de via
Vigevano, casi igual que el nombre del autor milanés. En la esquina de una
calle repleta de locales entramos a cenar.
Carlos no se atrevió con una
"oreja de elefante" porque la chuleta era de cordero. Él buscaba cotoletta alla milanese, el escalope a
la milanesa o el snitzel austríaco.
Su secreto para que estuviera crujiente y jugoso era la combinación de harina y
pan rallado. Al final, optó por unos solomillos gustosos. Amparo se decantó por
la vera carbonnara, mucho más
deliciosa y auténtica que la que habitualmente comemos en España. La receta nos
mantuvo entretenidos buena parte de la cena. José Luis pidió pulpo y yo un risotto de marisco. No me atreví con el risotto a la milanesa, que daba un color
amarillo parecido a la paella.
La zona de la dársena estaba
animada. Sonaba la música de un artista callejero. Se mezclaba con las
conversaciones de la gente y con sus sonrisas. En algunos bares los aficionados
al fútbol seguían un partido del Inter bastante aburrido.
Caminamos del puente de piedra
al puente de hierro, que cruzamos para cambiar de acera.
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