Alberto Vigevani dibuja una
estampa de los Navigli en su libro Verano
en el lago. La casa donde vive el pequeño Giacomo se encuentra en el cuarto
piso y desde el balcón contempla el movimiento del barrio:
El
pasatiempo habitual de Giacomo consistía en mirar desde el balcón las chalanas
que, cargadas de haces de leña o de grandes rollos de papel de periódico,
remontaban el canal en dirección a San Marco remolcadas por caballos, los
cuales echaban al resoplar una vaharada que se disolvía de inmediato en el aire
cortante.
A veces, alguno de aquellos
caballos resbalaba y generaba un pequeño espectáculo que seguía la multitud
desde la terraza de "un café frecuentado por empleados del cercano
gobierno civil".
Tras el
grácil puente de hierro con las sirenas en lo alto de los pretiles, había
almacenes con grandes bóvedas abiertas sobre el agua, atestadas de leña o
carbón, y más adelante una barandilla de piedra esculpida de la que sobresalían
unas plantas. Por la mañana veía las carretas del Verziere o, bajo el otro
puente, chalanas negras como la pez descargando montañas de coles. Tras dejar
el canal, la calle se estrechaba y oscurecía entre viejas casas y jardines de
conventos cercados por altos muros. Ya estaba cerca de la escuela: los
sabañones de las manos le dolían por el frío.
Aquella noche el tiempo era
benigno, lo que propiciaba que hubiera mucha gente joven paseando y en las
terrazas. Las chalanas seguían en el canal, amarradas, rejuvenecidas y
transformadas en restaurantes o lugares de copas. El agua estaba sucia y José
Luis comentó la insalubridad del ambiente.
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