Como ocupaba el extremo sur del
brazo occidental del lago. Se respiraba la sensibilidad italiana con un acento
suizo o alemán. Era de una elegancia decimonónica. La gente disfrutaba de las
plazas y el sol del atardecer.
La prosperidad de Como procedía
de la seda. Era la capital de la seda italiana, que proporcionaba a las
empresas de moda de Milán. Esa industria se remontaba a varios siglos atrás y
había dado como resultado mansiones y palacetes de atrayentes fachadas y
patios. También fue zona de buenos canteros y artistas. Su catedral era
espectacular. Carlos y yo la habíamos visitado en nuestro anterior viaje. A su
costado, una lonja y una torre. En lo alto, su cúpula verde. En la fachada,
cuatro hileras de esculturas. El interior, lujoso y elegante.
Paseamos por las calles y nos
sentamos a tomar una cerveza cerca del lago. El funicular a Brunate, la
población en la parte alta, continuaba su trabajo cansino. Los embarcaderos
estaban tranquilos. Contemplamos con envidia las casas que daban al lago.
Era de noche cuando iniciamos el
regreso. Aún recordábamos de la vez anterior cómo un Ferrari nos había pasado a
más de doscientos y cómo era perseguido, infructuosamente, por un coche de la
policía.
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