Nuestra intención inicial de
pasar la tarde en Lugano, propuesta por José Luis, fue abandonada. En la misma
dirección estaba Campione d’Italia, un paraíso fiscal que conocía de mis cursos
de internacionalización. Emboscado en las montañas y casi desconocido por la
mayoría de la gente, fue un centro de espías en la Segunda Guerra Mundial. Lo
más atractivo era su exención de impuestos y su casino. Gozaba también de
buenas vistas sobre el lago Lugano. Aunque las matrículas de sus coches, la
moneda o el sistema postal y telefónico eran los de Suiza, pertenecía a Italia.
La historia y los tratados forjaron esta peculiar situación.
Tomamos la carretera del lago
hacia Como. Era mi turno en la conducción. Había menos trágico que por la
mañana, pero el sol daba de frente y provocaba momentos en que la visión era
imposible. No impidió que contempláramos los pueblos pintorescos y los altos y
empinados paredones del lago, sublimes. No pude distraerme, pero lo que vi me
entusiasmó. Los demás iban alternando la atención sobre la carretera y sobre
ese paisaje. Los pueblos casi se enfrentaban a una y otra orilla, a veces muy
cercanas.
Cerca de Como tuvimos un atasco,
un contratiempo que alteró nuevamente nuestros planes. Avanzábamos despacio,
con cuentagotas. Sin embargo, ese parón nos permitió disfrutar de la ciudad y
su catedral desde lo alto. Nos alejamos un poco del centro y metimos el coche
en un parking.
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