Hasta la hora de salida del
barco que recorría la parte central del lago nos entretuvimos en pasear por
Bellaggio. El buen tiempo había propiciado una gran afluencia de visitantes.
Nos movimos por sus calles y nos acercamos hasta Villa Serbelloni, convertida
en un espectacular hotel de lujo. Continuamos hasta una zona alta desde donde
contemplamos Varenna, menos famosa que Bellaggio y también más tranquila.
Sobresalía el campanario de la iglesia.
El lago estaba bastante
urbanizado. Los pueblos y las casas eran una constante en el verdor de las
montañas, si bien no se habían cometido atentados urbanísticos. Habían
construido con mesura y se había mantenido una simbiosis entre la naturaleza y
la mano del hombre. Por eso seguía atrayendo a las clases altas de medio mundo.
El barco nos acercó primero a
San Giovanni. La iglesia miraba al lago, como miraban todas, sin respetar el
tradicional eje este-oeste. El medio imponía esa variación. Aparecían nuevos
palacetes, los jardines. Cruzamos a Tremezzo y Villa Carlotta y continuamos
hacia Lenno, que se resguardaba con una pequeña península. Muy cerca estaba
otra de las joyas del lago, Villa Balbianello, donde transcurría parte de la
película Un mes en el lago. Un mes
hubiera sido necesario para explorar con calma aquellos pueblos y paisajes.
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