Llegamos a Bellaggio. Quizá te
suene el nombre por el casino de Las Vegas del mismo nombre que aparece en la
película Ocean’s Eleven. Por cierto, George Clooney, protagonista de la
película, era propietario de una villa en el lago, Villa Favorita, que aparecía
al final de la segunda película de la serie. El pueblo estaba abarrotado. Era
complicado avanzar por sus calles. El éxito lo había masificado. Bellaggio era
el lugar para tomar el barco y recorrer el lago. Nosotros optamos por
concentrarnos en la parte central.
Me encantaban las descripciones
de Vigevani y las imágenes que lanzaba y que después perseguiríamos:
Ambos
callaban mientras una vela avanzaba por el pequeño golfo, una motora rugía
arrojando agua a la salida de una dársena. Luego venían las villas, secretas en
medio de grandes parques encerrados entre muros que mostraban inesperadas
aberturas: una alta, estrecha escalera de ladrillos flanqueada de cipreses; una
terraza en medio de la vegetación, de cuya fuente fluía un hilo de agua que un
remolino de viento procedente del lago torcía a intervalos hacia el seto.
Tomamos el barco en dirección a
Villa Carlotta. Rebosaba de gente. Desde la cubierta superior contemplamos
Bellaggio, el Hotel du Lac, el Florence, el Villa Serbelloni, las escaleras que
subían a la parte alta, el bosque, la montaña. Nos apeamos en Tremezzo. Desde
el embarcadero fuimos caminando y deleitándonos con el paisaje. En un hotel de
superlujo los clientes tomaban el sol en una piscina sobre el lago. Vuelvo a
Vigevani:
El lago
estaba claro, tenues luces acariciaban los jardines, las cortinas festoneadas
de las villas; penetraban por entre las copas de los pinos en las pendientes
con bancales; repiqueteaban en los cristales de los grandes invernaderos que
parecían pabellones, con los armazones de hierro pintado de blanco y los
tejados adornados con agujas. Sobre Bellaggio corrían nubes indolentes.
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