Carlos y yo conocíamos una
mínima parte del lago de nuestro viaje de 2008. Fue la lectura de Verano en el lago, de Alberto Vigevani,
lo que acrecentó mi deseo de profundizar en este entorno. El libro me encantó y
consideré que debía conocer mejor el lugar que el escritor milanés había
elegido para el despertar de Giacomo, el niño que me recordaba a mí a su misma edad
buscando mi propia sensibilidad en el mundo de los adultos al que me
incorporaba. Era "una realidad más viva y radiante, pletórica de colores
luminosos e instantes de magia". Ésa era la realidad que nos había llevado
hasta allí. Y respondió con instantes de magia que quedaron en nuestra memoria
y en nuestro corazón. Por cierto, la propuesta de esta excursión correspondió a
mi hermana Amparo.
Vigevani describía el lago como
un lugar de veraneo para la gente de cierto nivel. Ambientado en la década de
1950, en aquella época sólo veraneaba un puñado de privilegiados. La impresión
es que aún era un lugar elitista y reservado a gente de clase alta, aunque
había abierto sus puertas a otros niveles sociales para observarlo, pero no
para permanecer en él. Para el que pudiera permitírselo, abandonar el intenso
calor de Milán y refugiarse en una de aquellas villas era una maravillosa
experiencia.
Me hubiera gustado compartir con
Giacomo y su pandilla (más bien la de sus hermanos mayores) las excursiones a
las montañas cercanas o a las playas del lago, los paseos en motora o los
bailes en los hoteles o en las villas con los jóvenes vestidos de smoking o traje de noche, las
exploraciones en bicicleta.
Las villas eran los lugares más
atractivos. La de la familia de Giacomo estaba en Menaggio, al otro lado del
lago. Tan atractivas o más que las construcciones eran los jardines que
trepaban por las montañas conjugando el entorno del bosque con los espacios de
los jardines italianos. Pequeños puertos deportivos con veleros o potentes
motoras daban servicio a esos habitantes de las villas.
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