Nada diría que la actual ciudad
de Pavía había sido el escenario de tan encarnizada e importante batalla. Por
cierto, en 1512, los franceses ya habían sufrido otra derrota. Pavía es una
agradable ciudad de provincias, animada por su Universidad y por los eventuales
turistas que se asoman a sus calles. Un ejemplo más de que Italia está plagada
de belleza y hay que recorrerla palmo a palmo.
Era día de mercado, con lo que
tuvimos que aparcar un poco alejados del centro. Sin embargo, estábamos a
cuatro pasos de una de sus joyas: la iglesia de San Pietro in Cielo d’Oro. La
sencilla fachada románica, de ladrillo visto, daba a una placita que compartía
con un vistoso palacio ocupado por los carabinieri
y otro modernista a la sombra de los árboles. En aquel momento, el mediodía,
cerraba la iglesia pero dejaban un ventanuco que permitía contemplar el ábside
donde presidía San Pedro sobre un cielo de oro. Y, como si fuera el altar, la
tumba de San Agustín. En la cripta se encontraba la tumba de Boecio.
Pavía compartía con Milán y con
Vigevano, nuestro siguiente destino, la presencia de un castillo y los trabajos
realizados por Bramante y Leonardo. El descomunal castillo Visconteo, de
ladrillo rojo y altos torreones defensivos, ocupaba un tranquilo parque. En su
interior albergaba el museo Civico. El ancho foso estaba seco y el patio
interior repleto de carpas para algún evento.
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