Nuestra primera visita nos llevó
al museo Arqueológico Nacional de Etiopía, junto a la Universidad. Una de las
fachadas estaba adornada con andamios, cómo no, seña de identidad de la ciudad,
como advertía. En el jardín abundaban las esculturas. La más significativa representaba
a Haile Selassie dirigiendo su arenga a los escolares, firmes y uniformados.
La estrella indudable de las
colecciones era el esqueleto de Lucy o Denkenesh, el homínido más antiguo del
mundo que caminó erguido. Nada menos que tres millones y medio de años. Nuestro
guía, Mamush, comentó que había surgido una polémica en torno a si lo que se
exhibía era una copia o el original. Lucy había estado de gira por Estados
Unidos y en su ausencia se había exhibido una copia. Los rumores apuntaban a
que pudiera estar en poder de los americanos y que lo que observábamos fuera
aquella copia.
Lucy era frágil, pequeña, con el
tórax muy desarrollado y el cráneo pequeño. Las investigaciones de las últimas
décadas apuntaban a que fue en esta región de África donde aparecieron los
primeros ancestros del hombre. Algunos de sus antepasados se mostraban en
cuidadas vitrinas y con didácticas explicaciones en el idioma local, amariña, y
en inglés.
El museo era una mezcla de
colecciones que agrupaba objetos tan dispares como los tronos y otros elementos
del boato de los emperadores, utensilios de las diversas etnias, cuadros de
tradición antigua con otros de vanguardia y abstractos, artefactos o armas y un
poco de todo con unas explicaciones algo más deficientes. Necesitaría una mano
de pintura, una reestructuración bajo conceptos más museográficos y algo más de
cariño. No obstante, era una de las visitas esenciales de la capital. Tenía
bastante aceptación entre la gente local.
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