Las megaciudades son un
desmadrado resultado del desarrollismo. Su manifestación es el cinturón de
chabolas que contemplas desde el cielo cuando vas a aterrizar en el aeropuerto.
Se intenta eliminar ese aspecto indeseable mediante sucesivas reformas. Kapuszinski,
en su libro El emperador, recoge un
texto de Evelyn Waugh (el escritor de Retorno
a Brideshead), quien en 1930 asistió a la coronación del emperador, muy
ejemplificativo de la sensación que describo de provisionalidad: “parece que
sólo ahora se hubieran puesto a construir la ciudad. En cada esquina había un
edificio a medio terminar, algunos ya estaban abandonados, en otros trabajaban
unos cuantos puñados de desarrapados indígenas”. La ciudad mejoraba ante un
evento importante, mientras que el resto del tiempo languidecía, quedaba a su
aire, a su destino. El escritor polaco, que la visitó a mediados de mayo de
1963 para cubrir la reunión de presidentes del África independiente y la
creación de la Organización para la Unidad Africana, nos cuenta el disgusto del
emperador al ver el aspecto de la ciudad. Ante aquella trascendental reunión de
presidentes que sería un gran escaparate para su país dio orden de construir
nuevos edificios modernos. Kapuszinski nos transmite su impresión:
Addis
Abeba era entonces un pueblo grande de varios cientos de miles de habitantes,
situado sobre colinas, en medio de bosques de eucaliptos. En el césped de la
calle principal, la Churchill Road, pastaban rebaños de cabras y vacas y los
coches debían detenerse cada vez que los nómadas cruzaban la calzada con sus
numerosos y asustados camellos. Llovía. En los callejones adyacentes los coches
se atascaban en el barro pegajoso y pardo, hundiéndose en él más y más hasta
formar, finalmente, columnas de vehículos inmóviles con las ruedas enterradas.
Había desaparecido ese trasiego
de ganado, aunque la enorme población de la ciudad se infiltraba por todas
partes. El barro seguía siendo protagonista en las calles secundarias, las
transversales de las avenidas amplias, como la de los dos hoteles donde estuvimos.
El primer contacto con la gente
del país fue muy positivo. Cuando me dieron la habitación en el hotel y subí a
la misma, fui recibido por dos hermosas camareras que continuaban las labores
de limpieza y que me sonrieron plácidamente. Cuando intenté infructuosamente
conectarme a Internet, me salvó el botones, que me instaló una aplicación que
aceleraba la velocidad del móvil y permitió mis comunicaciones. Hablaba un más
que aceptable inglés, era amable, sonreía continuamente, compartíamos equipo de
fútbol y aplicó sus buenos conocimientos de informática a mi favor. Para que
luego digan que son herméticos.
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