Es muy probable que la primera
reacción que provoque Adís Abeba (también la verás escrita como Addis Abeba o
simplemente Adis) en el viajero sea de rechazo. El denso tráfico que genera
enormes atascos, el fuerte olor a combustible altamente contaminante, un
urbanismo desbordado por el tremendo crecimiento de su población, la pobreza o
la miseria combinada con modernos edificios de hormigón, cristal y acero, los
jardines devorados por la expansión de la gran ciudad, causan en el visitante
un sentimiento negativo, como lo provoca cualquier gran urbe que se ha
desarrollado sin ningún orden.
Pero la ciudad también ofrece
sus atractivos (vamos, que tiene su corazoncito), que el viajero debe estar
dispuesto a buscar y encontrar, una labor a veces fácil y otras casi
desesperante. La ciudad trata de adaptarse a su nuevo papel de capital moderna del
país y del continente. La sede de la Unión Africana se encuentra en Adís Abeba.
Sus amplias avenidas y sus edificios modernos, que van ocupando zonas antaño
habitadas por infraviviendas, van transformando el panorama urbano. El mejor
exponente es el barrio de Bole, el del aeropuerto, donde se refugia la gente
adinerada de la ciudad y del país. Llama la atención la variedad de
restaurantes de comida de diversas cocinas nacionales. Nunca había visto un
restaurante sudanés. Las calles estaban abarrotadas de gente.
La ciudad parece aún por hacer,
como si estuviera permanentemente en construcción. No es extraño observar
nuevas construcciones que se elevan al abrigo de los andamios de madera de
eucalipto. Andamios y obras forman parte de la personalidad de la misma. Construcciones
e infraestructuras caminan hacia el futuro transformando la ciudad fundada en
el siglo XIX en una moderna urbe africana.
Ha sido testigo de los últimos
grandes eventos de la historia reciente del país. La habitaron los últimos
emperadores y los primeros presidentes de la joven República Federal. Es, sin
duda, el epicentro del país.
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